La adaptación implica gran agilidad. Es la nueva metáfora de sobrevivencia y fuerza. Pero la agilidad corporativa tiene tres dimensiones.

De manera tradicional, asumimos que responder a una crisis se limitaba a tener flexibilidad financiera y de inversión. Aunque aún son parámetros relevantes para evaluar los comportamientos futuros de una organización, como la facilidad de respuesta que tendrán ante una recesión o su grado de resiliencia, por ejemplos, ahora gana importancia la capacidad de las firmas por establecer el teletrabajo.

La flexibilidad en el lugar de trabajo hoy es un determinante clave de la capacidad de las empresas para responder a una crisis.

Si bien las empresas con flexibilidad financiera estuvieron mejor equipadas para capear las crisis financieras de 2008 y 2009, durante la pandemia mundial de Covid-19, las empresas cuyos empleados podrían trabajar de forma remota obtuvieron las mejores perspectivas.

Las empresas de alta flexibilidad en el lugar de trabajo prevén la continuación del trabajo remoto, mayor recuperación del empleo y alejarse de la inversión de capital tradicional. Al mismo tiempo, las compañías menos flexibles dependerán más de la automatización para reemplazar los puestos de trabajo. En realidad, las tecnologías de Información, entre ellas la digitalización, enriquecerán puestos y funciones y sólo el 23% de los puestos de trabajo se automatizarán completamente.

Respecto a la flexibilidad financiera, o acceso de una empresa a fondos internos y financiamiento externo, y flexibilidad de inversión o poder de ajustar el momento de los gastos de capital, ahora se complementan con la capacidad de los empleados para trabajar de forma remota. Esto se vuelve trascendental en la evaluación de agilidad de acción para responder a las necesidades y expectativas de mercado.

La rapidez de reacción corporativa también incide en el grado de optimismo en la generación de empleos y del gasto de capital. Tradicionalmente, mayor flexibilidad se vincula a expectativas de mayor incremento en ambos rublos. Así ocurrió en las crisis de 2008 y 2009 y esta vex, tras la pandemia de Covid-19, no será la excepción.

Las empresas con baja flexibilidad en el lugar de trabajo, de forma paralela, esperaban condiciones menos halagüeñas y planean retrasar los gastos de capital si tienen la flexibilidad de inversión para hacerlo.

Vale mencionar que la crisis derivada del COVID-19 cambió la forma en que las empresas invierten. Los líderes empresariales de las organizaciones informaron desde marzo del 2020 que era menos probable que invirtieran en escaparates y espacio de oficinas en 2020, y posteriormente se evidenció poca voluntad para destinar recursos al gasto de capital.

Más aún, el alejamiento de la inversión de capital tradicional ahora se concentra más en tecnologías y activos que pueden facilitar la colaboración remota. Más aún, a medida que la economía mundial se recupera, las estadísticas macroeconómicas pueden mostrar un gasto de capital lento, lo que podría reflejar la naturaleza cambiante de la inversión en lugar de la debilidad financiera de las empresas.

También puede haber un impacto a largo plazo en los trabajadores. Las grandes empresas con baja flexibilidad en el lugar de trabajo. Tal tendencia afecta especialmente a los trabajadores poco cualificados, que tienen un mayor riesgo de ser reemplazados.

Así, el aumento de la flexibilidad en el lugar de trabajo se posiciona como un factor de éxito empresarial. Ante esto, deberá modificarse la percepción de que el trabajo es un lugar y más aún: que es igual a horas/hombre para definirse como proyectos o causas.

Consultor empresarial y conferencista.

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