El 2025 quedará en la memoria como un año especialmente complejo para la economía mexicana. El crecimiento prácticamente se estancó, la inversión retrocedió y la incertidumbre —tanto global como interna— limitó la capacidad del país para aprovechar oportunidades estratégicas, como reactivar la inversión productiva. Para 2026, las expectativas apuntan a una mejora marginal, si bien a todas luces insuficiente para establecer tendencias mejores. El entorno internacional sigue siendo frágil y persisten importantes retos internos que continúan frenando la inversión y la actividad económica
A nivel global, la economía mundial atraviesa un período de moderación. El FMI estima que el PIB global crecerá alrededor de 3.2% en 2025 y podría desacelerarse ligeramente a 3.1% en 2026, afectado por tensiones geopolíticas, un comercio internacional debilitado y persistentes presiones en los mercados energéticos. El segundo mandato de Donald Trump ha reforzado la orientación proteccionista de la política económica estadounidense mediante aranceles generalizados y nuevas disposiciones para fortalecer la seguridad económica, lo que ha generado importantes reconfiguraciones en cadenas de suministro elevando el tono de la disputa comercial con China. México siendo una de las economías más abiertas, difícilmente puede escapar de este entramado si no fortalece su mercado interno.
El desempeño de la economía mexicana ha sido débil a lo largo de 2025. Durante los primeros tres trimestres del año, el PIB prácticamente no registró crecimiento, con una variación anual de apenas 0.1%. El consumo privado avanzó sólo 0.2% en promedio y la inversión fija bruta acumuló una caída cercana a 7.5%, reflejo de la incertidumbre institucional y de la limitada inversión pública productiva. Las exportaciones fueron el único componente que mostró dinamismo, con un crecimiento de 6.6% entre enero y octubre, impulsadas por un aumento de 8.6% en las ventas manufactureras. Sin embargo, esta fortaleza obedece parcialmente a ajustes anticipados de empresas ante nuevas reglas comerciales en Estados Unidos, por lo que se espera que el efecto se modere en 2026 conforme se normalicen los flujos.
La inflación se mantuvo en gran parte del año dentro del rango objetivo de Banco de México, si bien con tendencia al alza cerrará alrededor de 3.8%, lo que ha permitido al banco central continuar con el ciclo de recortes, la tasa de referencia podría llegar a 7.0% a finales del año. El tipo de cambio se apreció moderadamente durante 2025, manteniéndose en torno a 18 pesos por dólar, si bien los especialistas anticipan una depreciación gradual en 2026 que podría llevarlo a niveles cercanos a 19 pesos, en línea con la normalización de condiciones monetarias globales y la mayor presión sobre las finanzas públicas internas.
El entorno político también ha contribuido a la incertidumbre. Las reformas al Poder Judicial generaron dudas sobre la solidez institucional, mientras que el presupuesto para 2026 asigna una proporción creciente del gasto a programas sociales y al servicio de la deuda —superior a 1.5 billones de pesos—, lo cual limita el espacio disponible para inversión en infraestructura y proyectos productivos. Reformas regulatorias recientes, como la modificación a la Ley de Aguas, han sido percibidas por algunos sectores como señales adicionales de riesgo, afectando decisiones de inversión a mediano plazo.
A pesar del bajo crecimiento, el mercado laboral mostró cierta resiliencia. La tasa de desempleo se mantiene en torno a 2.6%, aunque se prevé un ligero aumento hacia 2.9% al cierre de 2025 y cerca de 3% en 2026. No obstante, el ritmo de generación de empleo formal se ha desacelerado y una parte importante de los nuevos empleos se concentra en sectores de baja productividad, donde opera el salario mínimo que sigue al alza.
Las perspectivas para 2026 son moderadas. El FMI proyecta un crecimiento cercano a 1.5% y la OCDE alrededor de 1.2%, cifras que coinciden con las expectativas del sector privado, que ubican la expansión entre 1.0% y 1.3%. Estos niveles colocan a México por debajo del promedio esperado para América Latina, estimado en alrededor de 2.3%. Entre los riesgos más relevantes se encuentran un mayor deterioro en la relación comercial con Estados Unidos ante la revisión del T-MEC y con China por la imposición de aranceles en sectores estratégicos, una prolongación de la incertidumbre institucional interna y mayores presiones fiscales derivadas del aumento del costo de la deuda.
No obstante, también existen oportunidades significativas, especialmente en torno a la inversión extranjera que sigue apostando por el país, y la inversión nacional en infraestructura y energía, elementos que podrían elevar la confianza empresarial y mejorar las perspectivas de crecimiento, si bien se requiere fortalecer el estado de derecho y reducir la inseguridad jurídica y pública.
México llegará a 2026 con una economía frágil pero aún con capacidad de recuperación. El desafío central consiste en acrecentar las fortalezas y el mercado interno por vía de los hogares y las empresas. El país cuenta con oportunidades importantes, pero aprovecharlas dependerá de la capacidad para reducir la incertidumbre, fortalecer las instituciones y crear un entorno propicio para la inversión y la productividad.
*Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

