El año 2025 se caracterizó por un desempeño económico moderado en México, en el que la estabilidad de las principales variables macroeconómicas contrastó con un ritmo de crecimiento claramente insuficiente. Este comportamiento dio lugar a un balance de contrastes que, lejos de ofrecer certezas, plantea múltiples interrogantes de cara a 2026. En este contexto, resulta pertinente revisar la evolución y el cierre de algunas variables clave para evaluar el desempeño macroeconómico del país, con el objetivo de trazar un balance general que permita dimensionar la situación actual de la economía nacional.
La evolución del Producto Interno Bruto (PIB) ha sido uno de los indicadores más importantes a lo largo de 2025. Tras un primer trimestre que parecía relativamente alentador, con un crecimiento real interanual de 0.6%, la actividad económica comenzó a desacelerarse registrando una contracción de 0.1% tanto en el segundo como en el tercer trimestre llevando al umbral de una recesión técnica. Como resultado, en el acumulado de los primeros nueve meses del año, el crecimiento del PIB fue marginal, con un avance de apenas 0.1% interanual, reflejando un estancamiento prácticamente generalizado.
En materia de inflación, el índice general mostró una tendencia creciente a lo largo del año; en enero, la inflación general anual se ubicó en 3.59% (su nivel más bajo del año), pero para noviembre alcanzó 3.80%. Por su parte, la inflación subyacente —que excluye los precios más volátiles— inició el año en 3.66% en enero; no obstante, a partir de mayo se mantuvo de forma consistente por encima de la inflación general que la llevó a ubicarse en 4.43% en noviembre, lo que evidencia la persistencia de presiones inflacionarias estructurales.
El mercado laboral mostró una resiliencia relativa a lo largo del año. La tasa de desempleo se mantuvo en niveles históricamente bajos, cercana a 2.6%, mientras que el empleo formal continuó creciendo; entre enero y noviembre se crearon 599 mil 389 plazas formales, una cifra inferior a la registrada en períodos previos, lo que confirma una desaceleración en la dinámica del empleo; además, se anticipa una reducción del empleo formal en diciembre. A ello se suma la elevada tasa de informalidad, que se sitúa en torno a 52%, evidenciando desafíos estructurales profundos en el mercado laboral.
El tipo de cambio se consolidó como uno de los principales anclajes de estabilidad macroeconómica durante 2025. A lo largo del año, el peso mexicano mantuvo una tendencia de apreciación frente al dólar, acumulando una ganancia cercana a 13.3% entre el inicio del año y finales de diciembre. Este comportamiento estuvo asociado a los diferenciales de tasas de interés, a una percepción de largo plazo favorable del riesgo macroeconómico y a la propia debilidad del dólar estadounidense en los mercados internacionales. No obstante, si bien un peso fuerte fortaleció la estabilidad financiera, también tuvo efectos adversos sobre la competitividad de algunos sectores exportadores y sobre los ingresos derivados del sector externo.
En este contexto, los envíos de remesas hacia México mostraron una disminución de 4.8% respecto a 2024. En una economía altamente dependiente de las exportaciones y de los flujos de remesas, un tipo de cambio sobreapreciado tiende a generar más costos que beneficios. Los principales beneficiarios de un peso fuerte son aquellos agentes con obligaciones denominadas en dólares, incluido el sector público, mientras que el impacto sobre el resto de la economía resulta desfavorable.
En términos generales, 2025 es otro año perdido en términos de expansión económica. El país mostró un avance prácticamente nulo y un desempeño claramente inferior a su potencial, evidenciando la incertidumbre que muestran los agentes económicos nacionales y extranjeros en el desempeño de nuestra economía, a lo que hay que adicionar los temas de inseguridad, delincuencia, falta de confianza jurídica y movimientos sociales. De cara a 2026, los principales retos serán fortalecer la certidumbre económica, reactivar la inversión privada, impulsar una política industrial efectiva y aprovechar de manera más eficiente las oportunidades de integración global, particularmente en un contexto en el que la revisión del T-MEC se perfila como un factor clave.
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