Hay en torno a las expectativas de los consumidores un gran debate teórico, que podría decirse no resuelto, y que ha sido motivo de modelos matemáticos y estadísticos diversos para identificar qué tanto afectan realmente a las decisiones de consumo.

La próxima semana, Inegi publicará los resultados de la Encuesta Nacional de Confianza del Consumidor, de donde deriva el Índice de Confianza del Consumidor (ICC).

En términos generales, según el propio documento metodológico asociado, este instrumento permite obtener información estadística cualitativa y cuantitativa sobre la percepción actual y las expectativas a futuro de la población acerca de su situación económica, la de su familia y la del país. Incluso, es posible aproximarse a la confianza que tienen para realizar compras de bienes de consumo duradero y no duradero.

Del análisis de este indicador distinguimos que en febrero de 2019 se registró el pico más alto desde que se cuenta con información, en abril de 2001.

Parece ser cierto que el ICC tiene fuertes incrementos al inicio de los sexenios y posteriormente se va moderando.

En el caso específico del primer bimestre de 2019, lo que motivó este impulso al ICC fueron dos de sus componentes: la estimación de la situación económica del país respecto de 12 meses anteriores y la expectativa respecto de los siguientes 12 meses.

Esto es, la población tenía una sensación de mejoría de la economía y esperaba que en el futuro la situación mejorara significativamente.

Nos atrevemos a considerar que justamente lo más relevante del ICC es la información adicional que ofrece en sus indicadores asociados.

Por ejemplo, observamos que durante 2019 los hogares no percibieron una mejoría sólida de su situación económica actual, situación similar sucedió con la percepción de la economía del país, respecto de 12 meses anteriores.

Sin embargo, en cuanto a la percepción del futuro, tanto para los hogares como para la economía del país, con el paso de los meses las expectativas de una situación mejor fueron disminuyendo.

Por supuesto, en correlación con lo anterior, identificamos que la población ha disminuido sus expectativas sobre los precios futuros, sobre las posibilidades de ahorrar, de vacacionar y sobre la capacidad esperada para adquirir bienes de uso duradero, como automóviles o casas. En términos generales, éstas podrían no ser buenas noticias para los sectores económicos como la industria automotriz, la de productos electrónicos, por supuesto el sector turismo e incluso para la construcción, todos con un rendimiento moderado en 2019.

¿Qué podemos esperar la próxima semana? Es complejo dar una aproximación. Probablemente en lo que refiere al corto plazo, elementos como un mayor salario mínimo, un tipo de cambio estable, entre otras, impacten positivamente.

En cuanto a expectativas sobre los siguientes 12 meses, podrían afectar a la baja las recientes estimaciones del PIB, el aumento de algunos precios y de manera indirecta la creciente inseguridad y violencia. En cualquier caso, es importante que el sector empresarial haga una lectura a profundidad de estos y otros indicadores asociados, para la elaboración de sus planes de corto y mediano plazo.

Es menester mencionarlo, predecir el futuro es prácticamente imposible; sin embargo, estamos en posibilidad de construirlo y ese debe ser el objetivo de las empresas y demás actores económicos. Incluso ante expectativas negativas (no es exactamente el caso) la falta de acción no está prescrita. Por el contrario, más que nunca es tiempo de actuar, de manera innovadora, propositiva y con inteligencia.

Presidente de Consultores
Internacionales, S.C.

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