La estrategia con que los gobiernos democráticos enfrentan la actual pandemia, pone al desnudo la concepción y su convencimiento sobre las instituciones y los valores de la democracia. La pandemia es un grave problema que arrastra, con la fuerza e inevitabilidad de los fenómenos naturales, una histórica crisis económica. Conducir la nave en plena tormenta, implica para el piloto, prerrogativas decisionales que pueden agregar nuevos problemas a los causados por la tormenta. Hay por lo menos tres modelos políticos de afrontamiento en las sociedades democráticas de la región, construidos en base a la relación gobierno con instituciones- sociedad y oposición, afectación de libertades-igualdad, y la confianza gobierno-sociedad.

El primero es el modelo del tutelaje. El gobierno se asume como sabio y protector de la población y presupone que los ciudadanos son irresponsables o con poca conciencia o capacidad para protegerse individual y colectivamente. Hay confinamientos prolongados, ayudas sociales, sobre-dramatización orientada a generar inseguridad y temor, y advertencias que apuntan a la desmovilización ciudadana. El gobierno concentra funciones y presupuesto y las instituciones de equilibrio y de control, como el Congreso, organismos autónomos o la Justicia, funcionan defectuosamente y disminuyen sus actividades. Hay renuencia a acuerdos con la oposición y se tiende a polarizar. El sistema se transforma en una especie de panóptico, con ciudadanos puestos bajo sospecha y vigilados por un gobierno opaco. La poca confianza del gobierno en los ciudadanos, se hará gradualmente recíproca de la población hacia el gobierno. Este tipo de gestión afecta libertades, entre otras de movimiento, de privacidad, de reunión, es decir, se afecta la dimensión liberal de la democracia. Los casos de El Salvador y Argentina se aproximan a este modelo.

El segundo es el modelo darwiniano. Hay escepticismo y rechazo al confinamiento, y el lema parece ser “que sobreviva el más fuerte”. Hay tendencia a polarizar con las fuerzas de la oposición, la negación de hechos científicos, la ausencia de reacciones tempranas a la pandemia, el rechazo al confinamiento como estrategia inicial, la escasa preocupación por los efectos de la crisis sobre los sectores socialmente más vulnerables, la desdramatización de situaciones sanitarias graves, y la agenda orientada a mantener la actividad económica y las funciones represivas del Estado. El costo es hacia la igualdad, hacia la dimensión social de la democracia. Las estrategias de Bolsonaro y Trump, en los dos países más poderosos de América, representan bien este modelo.

El tercero es el modelo de reforzamiento democrático. Hay confinamiento muy limitado en el tiempo; con una estrategia de información clara y fiable y un discurso gubernamental de confianza y empoderamiento a los ciudadanos. Las decisiones del gobierno son cuidadosas, respecto de la salud y de las libertades ciudadanas. El gobierno busca consensos y hay transparencia: se informa regularmente a la prensa y las instituciones de control se mantienen en pleno funcionamiento. La confianza de la población hacia el gobierno es alta. Los casos de Uruguay y Alemania, corresponden a este modelo. El caso de México corresponde en gran medida a este modelo político de gestión; con algunos componentes en la etapa inicial de la pandemia, del segundo modelo (rechazo al confinamiento, desdramatización de la pandemia).

Las asimetrías de poder entre gobiernos y ciudadanos han crecido con la pandemia. Los gobiernos son hoy mas poderosos y los ciudadanos mas indefensos. Todo indica que esta situación no mejorará en el corto tiempo. El creciente numero de personas desempleadas, el aumento de la inseguridad, el masivo quiebre de empresas, los ciudadanos en la soledad de la educación virtual o del teletrabajo, la ausencia de convivencia en los lugares públicos, los numerosos restaurantes y cafés cerrados, la desconfianza al acercamiento físico, y la inconveniencia de las reuniones presenciales, son condiciones favorables para el deterioro de los derechos ciudadanos y se traducen en una gran expansión del miedo.

Para contrarestar esta tendencia, se deben reforzar las instituciones democráticas. Es fundamental atender a las dimensiones social, consensual y liberal de una buena democracia en condiciones de crisis socioeconómica: por una parte apostar a la solidaridad con los sectores vulnerables; por otra, construir consensos plurales con actores sociales y con la oposición; y garantizar la transparencia, el funcionamiento de las instituciones de contrapeso y los controles efectivos sobre las decisiones de gobierno. Las instituciones democráticas deben fortalecerse más que nunca en momentos de crisis polongada.

Politólogo  

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