El martes 10 de diciembre fue un día histórico y feliz en Argentina. Desde hace 90 años, desde el presidente Alvear en 1928, un presidente no peronista no completaba su mandato en Argentina. Esta vez no hubo ni helicópteros ni crisis política, y el presidente entrante Alberto Fernández participó de la asunción con el presidente saliente Mauricio Macri , y se saludaron con un abrazo con la civilidad que corresponde a quienes han representado a 88% de los votantes argentinos. La acción de reconocimiento y después el discurso del presidente Fernández, apuntaron a volver a las fuentes: regresar a lo mejor de la tradición política post 83: la unión de los argentinos en democracia, es decir, el reconocimiento del pluralismo como antídoto de los autoritarismos. Basta recordar en pocas líneas aquel momento fundacional que estuvo siempre presente en el primer discurso como presidente de Alberto Fernández.

En diciembre de 1983 la democracia llegó a Argentina con la presidencia de Raúl Alfonsín. La misión principal que el líder radical se impuso fue la consolidación de la democracia, rompiendo así el péndulo civico-militar que había dominado la política argentina durante mas de 50 años. Alfonsín sometió a las juntas militares a la justicia por violaciones a los derechos humanos y su gobierno fue de unidad en el pluralismo, fundamentalmente de reconocimiento a sus adversarios peronistas, rompiendo así con décadas de antiperonismo. Ello le permitió sortear crisis institucionales importantes, como la rebelión de los oficiales en la semana santa de 1987.

Después de la elección presidencial de 1989, Alfonsín festejó la alternancia. Su candidato, el gobernador Eduardo Angeloz había perdido las elecciones, y debía entregar el bastón presidencial a un político de centro derecha, Carlos Menem. Sin embargo, Alfonsín manifestaba su alegría porque había cumplido su misión, un presidente civil sucedía a otro presidente civil: había roto con la maldición de los golpes de Estado. Como oposición, Alfonsín acordó durante el gobierno de Menem, una reforma constitucional que aumentó y mejoró la representación política y las instituciones democráticas, aunque una parte importante de los dirigentes y de la población denostó ese acuerdo civilizatorio, tildándolo de contubernio.

El presidente Alberto Fernández mencionó en diversas ocasiones a Raúl Alfonsín, y al igual que hizo este cuando convocó en 1984 al partido peronista a firmar un Acta de coincidencias, propuso espacios institucionales a representantes de los partidos políticos para fijar políticas de Estado.

Hoy se ha cumplido un importante ritual: el momento del traspaso del mando en donde quienes votaron al presidente electo y al presidente saliente, confluyen en la generosidad del mutuo reconocimiento de la representación política, es decir de la pluralidad y también de la legitimación del resultado electoral.

El presidente Fernández manifestó de modo contundente su rechazo al faccionalismo en Argentina , donde cada facción se siente con el monopolio de la verdad y de todas las virtudes, y donde por consiguiente el adversario carece de valor moral y de la capacidad para gobernar el país. El discurso antigrieta del presidente Fernández ha sido fundamental: la grieta en Argentina no es tener posiciones o ideologías diferentes, es como dijo Fernández, construir muros. La grieta da lugar a la idea de la política como guerra, a relegar al adversario a la secta de los antidemocráticos, y en términos de políticas públicas, a condenar al país a la inestabilidad y a la ineficacia política.

Crédito de Foto: Natacha Pisarenko/AP

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