Es una fotografía de Reuters tomada por Mikhail Palinchak a las 10:30 de la mañana, hora de Kyiv, el sábado 26 de febrero, justo hace una semana. Un hombre, un ciudadano cualquiera, en sus años 30, quizá empezando los 40, no lo sé bien, camina por una calle de la capital ucraniana. Va vestido con pants beige y tenis multicolores. Ha llegado ante una cinta blanca y roja que, de un extremo, está amarrada a un poste, como delimitando una zona donde se ha cometido un crimen. Su sombra oscurece una porción del pavimento. Levanta la pierna derecha para librar la valla plástica. Con ambas manos sostiene una pecera cuadrada donde nada un pez y se bambolea una planta acuática color lavanda, color jacaranda. Con tres dedos de su mano izquierda sostiene una pequeña jaula bicolor donde traslada a un gato.

Podría ser un sábado cualquiera, un sábado soleado en Kyiv , un fin de semana común en el que el hombre va a pasear, quizá a visitar a sus seres queridos, si no fuera porque él porta un casco verde y trae cruzado un fusil negro en el pecho. Y mirándolo bien, tiene el ceño fruncido, gesto de dolor, de tristeza, de desolación. No distingo si tiene los ojos llorosos de miedo o coraje porque mira hacia el piso, pero sí los percibo, inundados de lágrimas. Ha tenido que abandonar su hogar por los despiadados ataques de la artillería invasora. Sí, el edificio de apartamentos donde vivía fue bombardeado, él va a poner a salvo a su pez y su gato dejándolos con alguien más, y se unirá a la resistencia ucraniana. No se cómo se llama pero le pondré como su Presidente: Volodomir huye de una zona bombardeada, atacada por las tropas invasoras de Rusia, a pesar de que se trata de un área residencial sin instalaciones militares.

Es la muy conocida estrategia rusa del terror en la guerra.

Él, sin su casa habitable, ya es uno de los cientos de miles de desplazados que tiene Ucrania en nueve días de guerra, en nueve días de invasión. Gente que se ha desplazado de las zonas de batallas para buscar protegerse en áreas seguras, como el metro de la capital. O en pequeñas ciudades que no han sido frentes de escaramuzas. Gente, también, que huye de su país. Desde la madrugada del 24 de febrero, cuando las tropas rusas cruzaron la frontera de Ucrania , el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha contabilizado un millón 200 mil ucranios desplazados por la guerra, la mayoría mujeres y niños, ya que los hombres, como Volodomir del pez y el gato, se han quedado a combatir al invasor. Un millón 200 mil personas huyendo de los tanques de Putin, un promedio de 150 mil personas (dos estadios Azteca llenos) por día que dejan todo, sus pertenencias, sus memorias afectivas, sus ropas, sus cuadros, sus rincones, los niños abandonan sus juguetes, sus peluches.

Como ella, esta pequeña de unos ochos años que, en una foto de Bryan Woolston , también para Reuters, va caminando en una andador junto a la hierba de un pastizal en la frontera con Polonia, en Medyka, el 26 de febrero. Porta una chamarra rosa con capucha peluda. Tiene sus ojos cafés hinchados de tanto llorar. Con su manita izquierda está asida a su madre, una mujer de ojos azules y mirada de confusión que la toma con gran intensidad mientras anda enfundada en una gran chamarra verde oscuro que le llega hasta las pantorrillas. Lleva un bag pack y una bolsa como de mercado como únicas pertenencias. A ella, a la niña, la llamaré Mariya. Tiene frío, la nariz roja, una bufanda rosa le cuza el cuello. Mira hacia adelante, hacia arriba, con profunda tristeza e incertidumbre. Tiene unas ojeras inusuales para una cría así.

Como las de esta otra mujer, a quien que le diremos Natalka . Un día antes, el 25 de febrero, a las 9:44 de la mañana, ella arribó a Ubla, en Eslovaquia. Y ahí, sintiéndose a salvo de los bombardeos y artillería, de pronto miró de frente a la lente de Radovan Stokasa, fotógrafo igualmente de Reuters, y estalló en desconsolado llanto. Es el gesto de una víctima de guerra, una vez más, en Europa. Una catarsis conmovedora. Sus ojos verdes-grises se llenan de lágrimas que pudorosamente intenta contener, aprieta la quijada, las mandíbulas y su cara lavada se descompone en un rictus de abandono, de vulnerabilidad, de pérdida absoluta.

Francamente no entiendo cómo es que hoy, en México, hay gente que se dice progre y apoya al Kremlin de Putin y su abusiva odisea militar. Qué vergüenza y qué desmemoria, o qué ignorancia, la verdad…


BAJO FONDO

Son las 19:09 horas del jueves 24 de febrero. Alexander Ryumin entra una casa humilde que ha sido golpeada por fuego de artillería rusa en Gorlovka. El techo de la casa tiene un hoyo, se está viniendo abajo. Un candil ladeado cuelga de otra parte desprendida del hecho. Se va a desplomar en cualquier momento como una araña pisoteada. Hay maderas retorcidas, escombros en el piso. Los muebles están hechos pedazos. Sobre una pequeña mesa polvorienta una jarra está tirada pero ha sobrevivido. Un enorme y colorido tapiz se ha desprendido de una pared y solo se sostiene de la punta gracias a un necio clavo. Una anciana, con el pelo completamente blanco, lleva en la cabeza una especie de pañoleta confeccionada con tela gruesa de color morado y una diadema oscura. Tiene ropa modesta, un suéter café y beige bordado, grandote, de enormes botones al frente, y una falda larga muy colorida, también de tela recia y ancha. Con la mano derecha se apoya en un madero no muy grueso, resto de algún mueble irreconocible. Si se suelta se desvanece. Con la venosa mano izquierda se limpia el rostro, se mece la nariz, un poco como sonándose con la palma, tal vez enjugándose las lágrimas que han descendido hasta ahí: mira al piso de su hogar destazado. Está descorazonada.

¿Qué le hizo ella a los señores de la guerra de Moscú? ¿Qué?

Repito: la historia es una colección incesante de inauditas regresiones que, por desmemoria o ignorancia, se vuelven una reciclada y peligrosa realidad. Ucrania bajo asedio de nuevo, como aquel agosto de 1941, cuando era agredida por los nazis, que hacían huir… a los rusos en aquella tremenda Batalla de Kiev, donde más de un millón de soldados de un lado y otro combatieron largo tiempo.

AL FONDO

Creo que a alguien en Palacio Nacional, a quien le gusta mucho la historia, pero la de México, necesita que le narren dos o tres cosas de lo que ocurrió hace ochenta años en Europa. Marcelo Ebrard , por ejemplo, podría ser el tutor. Le haría un gran favor al Caballero de las mañaneras para que ya no diga insensateces sobre quienes condenamos la invasión rusa…

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