Luego de un debate presidencial como el que vimos el domingo pasado, siempre viene una guerra mediática. Aquí y en cualquier democracia del mundo, es un hábito: las candidatas y candidatos se abocan a tratar de imponer la percepción de que ganaron el debate. Lo hacen a través de un tour en radio, televisión y prensa, y por medio de mensajes en las redes sociales. Los equipos de campaña se dedican a resaltar las supuestas virtudes de sus respectivos esgrimistas, y a evidenciar los más notables errores de sus contrincantes.

Así, el mensaje de unos es que Xóchitl Gálvez no sólo miente reiteradamente, sino que pone de cabeza el escudo nacional y se abraza a éste, es decir, se abrasa en sus propias pifias. Los otros establecen que Claudia Sheinbaum es una persona fría, sin corazón ante las desgracias, e incluso insolente, porque regaña a los conductores del debate para que se abstengan de hacerle preguntas sobre un tema y ordena que se hable de lo que ella quiere.

Ahora bien, más allá de las percepciones que pretendieron fijar morenistas y opositores, están los números de las encuestas post debate, y ahí la mayoría de la gente dijo que Claudia triunfó. A la simple pregunta de “¿Quién cree que ganó el debate?”, los encuestados de nueve empresas vieron vencer por paliza a Sheinbaum y sólo los ciudadanos medidos por una encuestadora consideraron amplia ganadora a Gálvez. Aquí no hay más que dos opciones: o la gran mayoría (nueve encuestadoras que dieron triunfadora a Claudia) están midiendo mal, o una encuestadora, la que vio vencer a Xóchitl, está perdida.

Demos por bueno lo informado por casi todas: Claudia ganó ampliamente el debate (perdón, pero qué mal formato, absolutamente rígido y caótico en el uso del tiempo y el planteamiento de las preguntas). Si ella triunfó, y por tanto consolidó o amplió su ventaja, o al menos evitó que Xóchitl redujera sensiblemente la desventaja con la que carga (un promedio de 24 puntos, según el agregador de encuestas Oraculus), ¿entonces por qué la molestia en Palacio Nacional contra el desempeño de Sheinbaum durante el debate?

¿Acaso no quiere el Presidente que Claudia gane la elección? ¿No le dio gusto que su compañera, a la que le entregó efusivamente el bastón de mando de su movimiento, no fuera noqueada por Xóchitl? Entonces, ¿por qué la furia desatada desde Palacio Nacional contra Sheinbaum y el debate?

Simple, según indagué en su círculo cada vez menos cerrado: porque Andrés Manuel López Obrador les hizo caso a los duros, a los llamados “puros” de su 4T, varios de los cuales, venenosamente, fueron a decirle al oído que durante el debate Claudia no defendió a su gobierno como debió hacerlo, que calló ante la mayoría de las severas críticas de Xóchitl y los conductores del encuentro, y que por tanto eso representaba el inicio de una traición contra él.

AMLO, sumergido ya en la paranoia de los últimos meses de gobierno (le quedan cuatro meses y medio), esos momentos depresivos para los mandatarios salientes cuando ven cómo se les escurre el poder de las manos, permitió que varios de sus propagandistas arremetieran contra Sheinbaum.

¿Qué querían esos inoculadores de ponzoña palaciegos? Que en el debate Sheinbaum fuera una propagandista del Presidente. Que ella se esfumara y que el tema del debate fueran las bondades de AMLO, las magnanimidades del compañero Andrés Manuel. Sí, y que las propuestas de Claudia fueran los actos de gobierno de su mentor, no el proyecto “personal” de ella. Literal. No es metáfora.

Hombre, pues entonces hubieran mandado a Jesús, su vocero, a debatir. O al El Fisgón, o a Epigmenio, sus eficientes propagandistas. O mejor, a Carmen Lira, que se dedicó a apalear a la candidata en Rayuela, esa pésima copia del Bajo la rueda que se publicaba cada día en aquel memorable unomásuno de finales de los 70 y durante casi todos los años 80. Ahí, en su micro editorial (es un decir) de La Jornada, Lira tuvo la osadía de insinuarle a Claudia que ella es candidata… gracias a Él, al gran líder, de cuyos logros, le reclamó sin mencionarla directamente, se olvidó con tal de ganar. ¿Así o menos sororidad? ¿Así o más macho el asunto? ¿Le estaba avisando a la (posible) futura presidenta que si no le da las mismas millonadas de publicidad que hoy le otorgan desde Palacio Nacional la va a fulminar a periodicazos cada tres días?

Vaya camaradas tiene Sheinbaum por ahí…

BAJO FONDO

Ya hay aves de mal agüero entre los más radicales obradoristas de Morena, esos personajes oscuros que empiezan a propagar paralelismos entre lo que ocurrió en el infausto 1994 y lo que sucede hoy, treinta años después. Ahí están ya, deslizando la especie de que Claudia Sheinbaum se aleja de AMLO y va a hundir “al movimiento”. Ya están ahí, ponzoñosos como son, diciendo que se equivocaron, que Marcelo Ebrard sí era más obradorista que Claudia. “Ya sabes, las mujeres traicionan”, repiten desde la misoginia más salvaje.

¿Qué exigen? Que Sheinbaum sea un clon del Presidente, que se limite a ser su inteligencia artificial, una máquina acotada por los más benditos programadores de las más puras exégesis obradorianas. O sea, redactadas por ellos mismos.

Ya no le perdonarán a ella ni el más pequeño matiz, ni la más insignificante apostilla, advierten.

A ver, a ver hasta dónde llegan las insidias de estos machos.

AL FONDO

Urge que el Presidente emule a su antiguo villano favorito, a Carlos Salinas de Gortari, y haga su propia versión del “no se hagan bolas”. Urge para apuntalar a Sheinbaum, antes de que la jauría azuzada desde Palacio Nacional y alimentada en Santa Cruz Atoyac devore a Claudia con amenazas e insinuaciones ominosas de aquí al segundo debate.

De otra forma, la omisión presidencial será complicidad.


Twitter: @jpbecerraacosta

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