El PRI -hablemos de publicad y mercadotecnia- es una marca que ya no vende, salvo en algunos mercados municipales y en uno que otro tianguis estatal.

A nivel nacional es una etiqueta indeseable, que como producto nadie quiere, o que muy pocos compran, dependiendo del lugar.

Su valor de mercado es cero.

Así se lo dije desde la campaña presidencial de 2018 a José Antonio Meade , el candidato priista ese año, durante una extensa entrevista en vivo por televisión, o a lo largo de una comida (quizá en ambas ocasiones, no lo recuerdo con precisión). Por supuesto que no me hizo caso, pero su partido acabó hundido en el tercer lugar, con un insólito 16%, algo humillante para el otrora partidazo, que 30 años atrás triunfaba con el 50% de los votos, y seis años antes, en 1982, ganaba con el 71%.

El PRI es una marca demodé. Es una marca desprestigiada. Es una marca muy vieja, que se identifica con corrupción, con conflictos de interés, con enriquecimientos ilícitos, con desvío de recursos, con excesos, con machismos, con insolencias, con autoritarismos, con censuras. Una marca que avergüenza. Una marca del siglo pasado. Una marca convulsionada por sus estertores. Una marca en agonía, en coma. Una marca muerta en vida.

Nadie, en su sano juicio, a no ser que se trate de un desmemoriado, o un ignorante, quiere asociarse con una marca en quiebra. ¿Quién le mete dinero bueno al malo (qué digo al malo, al malísimo)? ¿Quién inyecta capital a un ente en bancarrota sin posibilidades de restructura, a un negocio sin alternativas de regeneración? ¿Quién invierte en un business desdibujado, extraviado, sin rumbo ni identidad?

Nadie.

Y si hubiera algún necio, por ejemplo el PAN, que insistiera en semejante necedad, ya va siendo hora que asimile que se está asociando no solo con un zombi sino con un sicario. Sí, un sicario político. ¿Exagero? No me diga usted que ya se olvidó tan rápido de la perla negra que, con culto y refinado vocabulario, presuntamente nos regaló hace menos de un mes Alejandro Moreno , dirigente nacional del PRI, de acuerdo a los audios que todo México oyó (https://www.youtube.com/watch?v=d8JJw8hXo0Q):

“Yo siempre lo he dicho: al hijoeputa que se pase de verga, una verguiza. ¡Verguiza! ¡Salvaje! Nomás te voy a dar un dato: a los periodistas no hay que matarlos a balazos, papá, hay que matarlos de hambre. Ya te lo dije.”

Salvaje, papá. Tú eres el héroe de la película. El sello de la casa.

¿No hablaba así La Tuta, el capo del cartel de Los Caballeros Templarios? ¿Y El Chapo y sus chapitos? ¿No hablan y amenazan así El Mencho y El Mayo Zambada ?

Nótese por favor: los periodistas tenemos que estar muertos sí o sí. La frase no plantea alguna opción de supervivencia, un dejo de tolerancia, una pizca de misericordia, un resabio de espíritu democrático; nada, solo disecciona la estrategia de la desaparición, del levantón, de la ejecución, esa cacofonía criminal que tanto les encanta y envalentona a los machos. La orden del capo de la famiglia, del patrón que comanda a un cártel político devenido en pandilla local, es terminante: el periodista bueno es el perro muerto.

Y solo hay tres formas de asesinar a esos perros, a los periodistas, de acuerdo a la ley priista, que luego descubrimos que era la misma legislación narca que padece el país: muerte con plomo, muerte por inanición moral (corrupción a punta de chayos), o muerte con plata; mejor dicho, con la ausencia de ésta, con el peso del SAT y de los juicios fiscales, con el agobio del exilio, del despojo, de la cárcel, del descrédito mediático, del desempleo, del linchamiento en redes, de la proscripción y el congelamiento.

Esperé a que los ex presidentes priistas lo notaran e hicieran algo para recuperar, reinventar y relanzar su marca esta semana, pero nada, así que me queda claro que no lo saben ni ellos ni la gente de Insurgentes Norte (o sí lo saben pero están en negación): ese prepotente eructo mental de su líder, de Alito , fue el grandioso epitafio del PRI.

“A los periodistas no hay que matarlos a balazos, papá, hay que matarlos de hambre”.

Tantán.

¿Quién puede superar semejante frase cincelada en una lápida, en la tricolor tumba del PRI?

Nadie.

Llamo a los mexicanos a que no sean malvados y no extingan al PRI. No actúen como ellos. Sean magnánimos, tengan clemencia. Propongo que al PRI le sea concedida la gracia de la eutanasia. ¿Cómo? Con paciencia: hagámosle un tremendo silencio y dejemos que la estridulación de los grillos ocupe su espacio… hasta que nos lleguen otras peroratas como la de Alito.

BAJO FONDO

Desde 1997, cuando le quitaron aquella mayoría que era aplanadora en la Cámara de Diputados, los mexicanos se han ido vengado del PRI: en el 2000 lo echaron de Los Pinos a punta de votos, en el 2018 lo sacaron a patadas votantes de ahí mismo, y ahora están cerca de extinguirlo por inanición de sufragios. Mire usted los datos de la involución: en 1997 gobernaba en 28 estados; en el 2000, en 21 entidades; en 2006, en 18; en 2012, con la ola de Enrique Peña Nieto, se recuperó a 19 y llegó a 20, pero para 2018 cayó a 14 y ahora solo tiene 2 estados.

En 2023 perderá el Estado de México y ya solo gobernará en Coahuila, y eso suponiendo que la marejada morenista no da otra sorpresa ahí, en el norte.

AL FONDO

Ni durante el pricámbrico más feroz hubo una joya verbal tan contundente como la de Alito: ni Fidel Velázquez ni Gonzalo N. Santos (https://www.eluniversal.com.mx/articulo/ricardo-homs/nacion/la-cartilla-moral-y-el-arbol-que-da-moras) lo opacan. Ellos eran niños de pecho junto a Alejandro Moreno, que pasará a la historia como el más acabado representante del museo del horror de la verbocracia mexicana.

Nadie lo superará ya en la picaresca priista, ese deporte nacional que no era otra cosa más que la insolencia y el cinismo exacerbados provenientes del poder absoluto que tenía su partido de Estado.

Y ahí, en ese bochornoso espejo, deberían empezar a reflejarse varios líderes de Morena que, caray, como se van pareciendo a sus ancestros tricolores.


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