Ya he tecleado en este espacio acerca de lo que nunca -jamás- debe hacer un periodista. Hace un año y medio escribí el volumen III (), pero por lo que leo estos días en varias columnas, en dos o tres portales, y en las dulces redes sociales, creo que en el corto plazo va a ser necesario un cuarto episodio. Por lo pronto, abordo uno de los aspectos más relevantes de este oficio, que es la diferencia entre reportear y volar, entre pesquisar y mentir, entre esforzarse para investigar disciplinadamente un asunto durante meses y luego publicar algo irrefutable, soberbiamente documentado, y ser un soberano baquetón que, sin la menor ética, se inventa historias alucinantes que no pasarían la aduana del mínimo rigor en la Redacción de un inverosímil Macondo News.

Conocer la diferencia entre apegarse a hechos verificables y teclear delirios de cantina -aderezados con exceso de volutas de mota y gotas de Rivotril- es fundamental para las nuevas generaciones de periodistas, tan salpicadas por las tentaciones fantasiosas de no pocos arlequines de la tecla fácil, esos personajes taimados y abusivos que consiguen deslumbrar incautos hasta el punto de vender series en streaming y publicar libros de inaudita procedencia.

Eso, por un lado. Y por otro, deben entender los jóvenes que los periodistas no somos coladeras para que nos filtren información no verificada, salvo que quieran cultivar la poco honrosa vocación de cloaca, que no es otra cosa que servir de tirador de alguien contra alguien. Algo así como ser una especie de sicario de los infundios, un hitman de las calumnias, un emperador de los desmentidos, todos herederos de los vendedores de silencio (los Denegris) y los traidores al servicio del poder y sus egos (como los Díaz Redondo con Echeverría, los jornaleros con De la Madrid, y los Ataúd Gutiérrez con Salinas de Gortari).

Pero bueno, si no pueden contener las tentaciones de ser coladeras y los apetitos de teclear escándalos, los noveles reporteros deberían seguir algunos procedimientos mínimos que quizá los salven de ir al basurero de la historia periodística.

1.- Por ejemplo, deben perder rápidamente la inocencia: no, esos funcionarios que filtran escándalos no los buscan a ustedes porque sean sus amigos talentosos; no, buscan al dueño del espacio que tienen, ya sea director, subdirector, conductor, columnista, etcétera, y cuando alguien más tenga ese espacio ustedes dejarán de ser sus “amigos”, “brothers”, “compadres”, o “hermanitos”.

2.- Deben saber que cuando un funcionario (mexicano o gringo, especialmente de la DEA) quiere filtrar algo es porque desea ocultar una cosa, o tergiversar otra. Ahí es cuando los periodistas deben ponerse a indagar qué tema podría tratar de ocultar.

3.- Es vital que sepan los receptores de la filtración que el que filtra quiere golpear a alguien hasta dejar su prestigio pateado y vilipendiado en la acera. De eso no deben tener la menor duda quienes reciban los documentos en cuestión: suele tratarse de una venganza, de un ajuste de cuentas, o de una guerra política. Por eso, hay que indagar a profundidad de parte de quién viene el misil, porque los titiriteros suelen usar mensajeros y no dan la cara.

4.- Casi siempre la información filtrada es falsa (o tergiversada), así que, si la publicas sin verificarla, tu nombre y apellido quedarán manchados aunque sobrevivas décadas navegando columnas y tripulando medios como si no te hubieran desmentido ya 49 veces, ¿verdad R…? Ok, no. Los demás periodistas sabemos que eres un volador, aunque apantalles a medio mundo allá afuera, en el país de los naífs.

5.- ¿Ya te filtraron algo? Bueno, ahí es cuando llega el momento de tener tantita madre, digo, ética, y ponerte a trabajar, a reportear, a verificar la información, si acaso pretendes llamarle “reportaje” a un texto. Un reportaje, por definición, implica investigar y comprobar; de otra manera, es un panfleto o una soberana volada, y tú lo sabes.

6.- Cuando tú reporteas y reporteas y gracias a tu perseverancia consigues documentos, información que parece relevante, también tienes el deber de ir a verificarla con otras fuentes. De otra forma, porque tú lo pediste, corres el riesgo de ser un periodista coladera y ni siquiera te enteraste.

Bueno, eso fue lo básico. Mientras, ahí me avisan cuando el Departamento de Justicia compruebe que Fox, Calderón, Peña Nieto y AMLO son narcos. O cuando un periodista de verdad lo documente sin poner en página un dizque reportaje en modo pregunta porque, tres Doritos después (vaya, párrafos más adelante), no comprueba absolutamente nada, así que cuando mucho se trata de una columna de opinión larguísima, de diez kilómetros de largo, zigzagueante, llena de baches, cabos sin atar, especulaciones, y… ¡desmentidos en el mismo texto! ¿Quién demonios publica un texto que se desmiente a sí mismo una y otra vez?

Dioses del periodismo, help!

BAJO FONDO

Si en 2006 el presidente Vicente Fox hubiera tenido el menor indicio de que el candidato López Obrador tenía nexos con el narco, lo hubiera fulminado de inmediato. El desafuero hubiera sido una anécdota de bebés.

Si el militarista presidente Felipe Calderón hubiera tenido el menor indicio entre 2006 y 2012 de que su archienemigo López Obrador había recibido dinero del narco en su campaña del 2006, lo hubieras liquidado ipso facto, sin miramientos.

Si Peña Nieto hubiera tenido conocimiento de eso entre 2012 y 2018, hubiera mandado a investigar a todos los posibles involucrados, empezando por los dineros de Nicolás Mollinedo, el ex chofer de AMLO, y lo hubiera aplastado para tapar los escándalos de su sexenio.

O bien, los agentes de la DEA que acusan al llamado Nico (y otros) de haber recibido dos millones de dólares tenían razón y todos esos ex presidentes mexicanos lo encubrieron, vaya usted a saber porqué, quizá porque también son narcos de otros carteles, ¿no?

Y claro, si los heroicos agentes de la DEA dicen la verdad, y no mienten como esbozan algunos a de sus ex compañeros, los gobiernos estadounidenses de los periodos referidos, por encubridores, son cómplices de narcotraficantes.

Política ficción, diría el innombrable.

TRASFONDO

Esa sabia y vieja aliada que es la intuición casi nunca yerra: tiene 90 % de efectividad.

Veremos.

Twitter: @jpbecerraacosta

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