Hace dos días, el INEGI dio a conocer los resultados de la última Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) que se publicará antes de la elección presidencial. No habrá nueva información hasta mediados o finales de julio, un mes y medio después de los comicios. Malas noticias para Claudia Sheinbaum: los datos corresponden al primer trimestre de 2024 y muestran un incremento de prácticamente dos puntos en la percepción ciudadana de inseguridad (1.9). Eso es mucho, es un aumento “estadísticamente significativo”, para utilizar el lenguaje del INEGI.

¿Quién paga los platos rotos? La mayoría de los ciudadanos, por una confusión general que prevalece desde hace décadas, no distingue la diferencia entre delitos de fuero común y del orden federal, y por ello suele cobrarle las facturas de la inseguridad al gobierno de la república, aunque en primera instancia deberían pagarlas los gobiernos estatales y municipales. Por ello, este incremento en la sensación de vulnerabilidad frente a los criminales será pagada por el Presidente y su candidata, salvo que al final de mayo haya una considerable disminución de la incidencia delictiva.

Revisemos los datos del INEGI. En marzo de este año el 61.0 % de la población de 18 años y más, “residente en 90 ciudades de interés”, consideró “inseguro” vivir en su ciudad. Seis de cada diez mexicanos. Lo anterior representa “un cambio estadísticamente significativo” en relación con el porcentaje de diciembre de 2023, que fue de 59.1%.

Se trata de un golpe seco para el lopezobradorismo, porque con este incremento de casi dos puntos puntos porcentuales se frenan las buenas noticias que desde 2022 presumían AMLO y sus funcionarios: la baja en la percepción de inseguridad comenzó en junio de aquel año, cuando tuvo un pico de 67%, y luego no dejó de descender hasta que llegó al 59% registrado en diciembre pasado.

La pregunta no es qué van a decir ahora en las conferencias mañaneras de Palacio Nacional, sino qué va a declarar Claudia Sheinbaum, que en los últimos meses presumió una y otra vez los resultados descendentes de la ENSU. Al abordar el tema de la inseguridad en cada entrevista que dio, o en videos que hizo, siempre presumió esa curva descendente en la percepción ciudadana. Ciertamente era una gran noticia, una información esperanzadora. ¿Qué va a decir ahora en el segundo debate? Ahí, Xóchitl Gálvez tiene una gran oportunidad. Falta ver si tiene la habilidad de aprovecharla, más allá de las estridencias que le sugirieron en el primer encuentro.

Más cifras. En esta edición de la encuesta, catorce ciudades mostraron incrementos en la mala percepción y sólo cuatro registraron reducciones. Y otro dato muy negativo para Claudia: la percepción de inseguridad entre las mujeres, que se podrían reflejar en ella, es mucho más elevada, del 66.5% (en junio de 2022 tuvo un pico de 74% y luego había descendido hasta el 64.8% de diciembre pasado). Otro mal dato, el 63.9% de la gente dijo sentirse insegura en el transporte público (64.1% en diciembre, apenas una mejora de 0.2 puntos porcentuales para marzo), lo cual exhibe la misma impunidad de los asaltantes que roban sin restricciones a los ciudadanos, como hemos visto en reportajes, crónicas o notas cotidianas.

Y si no hubo mucha esperanza en este primer trimestre, tampoco se palpa hacia el porvenir: el 55.4% de los mexicanos prevé que en los siguientes doce meses la situación de inseguridad seguirá “igual de mal (33.9%)” o que “empeorará (21.5%)”. Eso también implica una mala a noticia para Sheinbaum, ya que los votantes, hasta el día de hoy, saben que las encuestas la marcan como amplia favorita, así que un eventual gobierno bajo su batuta claramente no inspiró confianza en el primer trimestre, al menos en lo que concierne a combatir la inseguridad. Si generara optimismo, los encuestados lo hubieran manifestado en los datos del INEGI, donde sólo el 23.5% consideró que en los próximos doce meses la situación “mejorará”.

Será muy interesante constatar si estos datos del INEGI se reflejan o no en las próximas encuestas, pero, sobre todo, el 2 de junio.

TRASFONDO

Si tiene unos quince minutos para leer despacio, déjeme que le cuente una historia de periodistas, lectora-lector. Espere, no huya, es una historia de periodistas de a pie, no de tertulianos provenientes de parnasos que cultivan la pedantería frente a espejos donde todos se miran a sí mismos. No se vaya, lea unas líneas y tal vez halle aquí un poco de humanidad, que a todos nos viene bien para someter los egos cotidianos que tanto nos envanecen y nos alejan de los demás, de quienes nos quieren.

Mire, es una historia muy triste, pero también es una narración que emana paz.

Bueno, eso espero.

Cómo empezaré. Déjeme pensar un minuto. Por los hechos. Sí, los periodistas debemos apegarnos a la crudeza de los hechos.

Siento un vacío. Un enorme hueco en los claustros del alma donde la herida yace callada, como diría Quevedo en un poema. Sí, hasta allá está el dolor, enmudecido pero lacerante, en las silenciosas entrañas. No he podido hablar durante estos días. No he tenido a nadie que me pueda escuchar, que tenga tiempo para escucharme. De hecho, ni siquiera busqué a alguien para que me escuchara. Pinches prisas. Todos andamos en lo nuestro. Por eso me siento esta noche aquí, frente al teclado, a ver si ellas, las teclas, alcanzan a oír lo que mis dedos susurran.

Los hechos, apégate a los hechos, no zigzaguees hacia las emociones. ¿Lo que uno siente no son hechos que buscan palabras para interpretar sus sonidos, sus colores, sus aromas? ¿No son hechos los sentimientos? He perdido a alguien que me fue vital, muy esencial. Hace apenas cinco días que murió en Mérida, Yucatán. Fue uno de los hombres que más me ayudó durante su vida, que fue mi vida. Parte de su vida, parte de mi vida. Desde mediados de los años 90, y hasta ya bien entrado este siglo, él fue una de esas raras personas que de verdad están en los momentos duros, en los momentos malísimos, y no sólo para decirte unas lindas palabras, que sí, qué chulas son las palabras, pero en ocasiones no dicen nada por más que lo digan. Es ahí, es esos laberintos, cuando los hechos son los que realmente versean.

Él fue uno de los hombres que, por su humanidad conmigo, por su generosidad con mi existencia, más he querido. La neta. Cómo lo explico. Los hechos, circunscríbete a los hechos, carajo, que es una columna y tiene que terminar pronto.

Hechos. En 1995 la vida me arrastró como trapo puerco y me azotó como trapo empapado. Mi socio capitalista en una revista que yo dirigía -Macrópolis- me traicionó, cooptado por un presidente cuyo nombre no quiero recordar, aunque se apellide Zedillo. Era un semanario poca madre lleno de firmas de esas que suenan a Juan Villoro, a David Huerta (otro muy hartamente querido que ya me dejó para morirse), a Monsiváis (uno no querido, sólo conocido, pero que también palmó), a Paz (esa sí era grande, gentil y elegante, no como el abusivo carita de ratón que estos días lo quiere emular y que se llama…, ok, no, por hoy me lo callo, pero Octavio ya partió igual); nombres, le decía, que sonaban a Lumbreras, a Luis Cardoza y Aragón, a Daniel Leyva, a Nadia Piemonte, a Eva Bodenstedt, a Maya Goded, a un chaval que se llamaba Héctor de Mauleón y que ahí hacía sus primeros pininos. A otro cronista que respondía al nombre de Alejandro Almazán y que también ahí empezaba lo que luego cosecharía en forma de numerosos premios nacionales. En fin, que Ramón Márquez y Juan Natalio Meléndez y David Hernández y muchas y muchos más nos la pasábamos requetebién haciendo travesuras en medio del EZLN, magnicidios y otras linduras, hasta que, le decía, me traicionaron y acabé en la cárcel por un supuesto fraude que jamás cometí, un delito de esos armados en las cloacas del régimen. Ya sabe cómo eran los priistas, tanto los empresarios como los políticos, represivos sin escrúpulos. Y bueno, pues que el zedillato determina que no podía yo andar viviendo en México, ni escribiendo en México, y que me largara, y pues me fui a Mérida, tierra de mi madre, y ahí seguían jodiendo, balearon mi casa, amenazaron a una de mis hermanas, todas esas cosas chulas que hacían los priistas, hasta que las narre ante el ministerio público y un poco en una carta publicada en La Jornada.

Sin tener yo dónde escribir, vetado por los Zedillo boys en los medios chilangos, mi amigo, que me llevaba 27 años de edad, me abrió las puertas de par en par en el diario que él había fundado. Él ya se las sabía todas. Había documentado el 68, el 71, había tenido que exiliarse años en Cuba luego de estar preso en Lecumberri. Tipazo. Y ahí, vapuleado yo, divorciado, con un hijo bebé viviendo lejos de mí, empecé a escribir de nuevo, a reportear, a columnear, a revivir, gracias a él. Pinche Tarzán, como luego le diría, años después, mi hijo Luciano. Estaba fuerte, bien dado, siempre vestía elegantemente, con guayabera blanca de mancuernillas, pantalón blanco, zapatos blancos, y no salía del diario hasta que tenía los primeros ejemplares en la mano luego de haber editado y corregido pinche mil notas cada tarde, cada noche. Hombre de aquellas redacciones ya inexistentes que olían a papel revolución y a lápiz con sacapuntas. Ahí vivía él, en la redacción, en su oficina pletórica de libros, carcajadas, encabronamientos, pero, sobre todo, de una bondad desmesurada con sus amigos.

Ahí estuve yo, de 1995 a 1997, y de 1999 al año 2000, cuando me volvió a invitar para que fuera su Jefe de Redacción. Y de nuevo, reportajes, travesuras periodísticas muchas, como el famoso narco-banquero amigo de Zedillo, las demandas hasta en Nueva York, pero las ganó todas y ahí estábamos todos alrededor de él, siguiéndolo cada mes cuando iba a un municipio a convivir con la gente, porque de verdad que se reunía en asambleas con los pueblos para que las comunidades le platicaran sus problemas y él los adoctrinara en lo más valioso que tenemos: luchar por la libertad. Periodista de a pie, de a verdad.

Dejé de publicar mis columnas en Por Esto cuando mis compromisos en Milenio me lo impidieron (nació una edición de Milenio en Yucatán), pero durante algunas de mis visitas al estado pasé a verlo en su oficina porque nunca podré olvidar y dejar de agradecer cómo fue que Mario Renato Menéndez Rodríguez me ayudó a recuperar mi fuerza y dignidad después de haber sido molido a palos de tantas maneras, incluida una enfermedad en el corazón.

Pinche Mario, cómo nos reímos, cabrón, de tantos pelanás de los que nos burlábamos secretamente. Cómo te voy a extrañar. De hecho, te pensé mucho en los últimos años y no sé porqué carajos no te pasé a ver, por ejemplo, hace año y medio, cuando fui a pasear por allá con mi novia. Ni hablar, un recordatorio de que la vida es hoy, como me decías, y que hay que estar justamente hoy, aunque sea un ratito, con la gente que uno quiere hoy, con la gente lo quiere a uno, no quién sabe cuándo. Gracias por esto último. Y gracias por ayudarme siempre con tu grande sonrisa, por quererme con tu tremenda amistad, so cabrón. Qué chingón eras. Ahí nos vemos.

Twitter: @jpbecerraacosta

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