Hoy, en México, hay miles de personas que están muriendo en sus casas a consecuencia de la pandemia . Mueren porque tienen Covid-19 y llega el momento en que sus pulmones colapsan y ya no pueden respirar. Les falta oxígeno. En Ciudad de México, de acuerdo a los datos más recientes disponibles en las actas de defunción del Registro Civil, 2 mil 461 personas contagiadas por el virus SARS-CoV-2 h an muerto en sus hogares, el 7.7% de total (31 mil 712).

Con los hospitales saturados, permítaseme una imagen desgarradora, porque hay muchísima gente sufriendo lo indecible: la hambruna de oxígeno, de tanques de oxígeno , es una tristísima historia que se expande cada hora y que hoy mismo padecen cientos y cientos de personas, famélicas de aire suplementario . Es una angustiante crisis familiar en dos vertientes: la primera, por el desabasto de tanques de oxígeno, y la segunda, por la carencia de recursos para adquirirlos y rellenarlos varias veces al día.

Este viernes llegué al número 119 de la calle Comercio, en la colonia Escandón , de la alcaldía Miguel Hidalgo. Ahí, durante horas, de día y noche, cientos de personas hacen filas a lo largo de la acera para que la empresa Infra Médica les llene sus tanques. Los pequeños, los medianos, los grandes cilindros, todo lo que puedan pagar.

Las muertes Covid en casa y la hambruna de oxígeno…
Las muertes Covid en casa y la hambruna de oxígeno…

Nos alcanzó la catástrofe: hoy, en México, hay miles de personas que tiene que comprar oxígeno para vivir, para que sus seres queridos intenten sobrevivir. Decenas de personas más, desesperadas, llegan hasta aquí, o llaman por teléfono, para preguntar si tienen tanques que vendan. No, no hay. Ni concentradores de oxígeno. Esta gente sin tanques es como si, sedienta, estuviera en medio de un desierto y no tuviera una cantimplora para recoger agua, que se le escurre entre las manos mientras sus seres queridos desfallecen deshidratados .

América tiene 17 años y cursa sexto de prepa. Está formada aquí porque su abuelo Javier, de 74 años, ya no puede respirar sin oxígeno suplementario . Al principio, cuando salió positivo de SARS-Cov-2, el carpintero retirado, que llegó a tener su propia tienda de muebles, estaba relativamente bien. Solo le daban oxígeno por las noches, para que durmiera tranquilo. Esta semana se puso muy mal: su oxigenación cayó hasta 38%.

“Cuando bajó a 38 era de noche. Se levantó y fue al baño y de regreso ya tenía los labios y las manos moradas”, cuenta América, mientras extiende sus dedos para ilustrar el terror de aquella madrugada. “Lo vi y rápido reaccioné y le puse el oxígeno. No le dije nada a mi abuelita, que estaba dormida, para no angustiarla. No quise que lo viera así. Yo sólo disimulé, para que él tampoco se asustara: no le quise decir cuánto tenía de saturación , se iba a angustiar mucho. Desde entonces ya no se para ni para ir al baño: le compramos un pato y en las noches lo ponemos boca a bajo para que respire mejor.”

Gracias al oxígeno de un par de tanques, que después de cuatro horas de uso tienen que volver a ser abastecidos, el hombre ya satura a 90%. Al menos por hoy. La batalla para salvar sus pulmones no será fácil: durante un tiempo, Don Javier fumaba mucho .

Lourdes, su esposa, maestra de primaria jubilada, la abuela de América y de tres nietos más, de 67 años, también tiene Covid y ahora es casi asintomática , pero no siempre fue así: hubo días en que de pronto se le iba la voz por el esfuerzo de sus pulmones para jalar aire. “Me canso, m'ijita, no puedo hablar”, cuenta América que le decía, con miedo en la voz temblorosa.

La pareja, aparentemente, fue contagiada por un nieto, de 27 años, que vive con ellos y que fue el primero en dar positivo.

La vida de América ha cambiado en unas semanas: su cotidianidad ya no es conectarse para ver a sus amigas en línea, o salir un rato al aire libre a platicar: ahora sus jornadas, como las de otros de sus familiares, como las de cientos y cientos de personas más en la ciudad, consisten en formarse. En hacer hacer largas filas, durante horas, para conseguir oxígeno y que su abuelo no muera asfixiado.

Y además del miedo, este peregrinar cuesta. Y mucho: su familia lleva gastados más de 100 mil pesos en darle aire a Don Javier, me dice América, con tono sereno, pero con la tristeza tatuada en su mirada.

¿Cómo demonios llegamos hasta aquí, hasta este colapso?

¿O vamos bien, todo domado?

jp.becerra.acosta.m@gmail.com
Twitter: @jpbecerraacosta

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