Es una vergüenza. Somos una vergüenza como país: hubo más de 47 mil mujeres víctimas de lesiones dolosas entre enero y agosto (últimos datos disponibles). Son al menos 195 mujeres golpeadas, pateadas, heridas cada día en este país de hombres golpeadores. Un país con más de 195 mil delitos de violencia familiar en el mismo periodo, 812 por día. Un país con más de 4 mil casos de violencia de género, 500 al mes. Un país con más de 15 mil 800 casos de violación en ocho meses, 65 al día.

Estamos a punto de tener una mujer presidenta. Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez romperán el techo de cristal más alto del país —políticamente hablando—, pero México sigue siendo un país machísimo. Y los hombres no sólo no nos enteramos cabalmente de todos —subrayo: todos— nuestros machismos cotidianos, sino que realmente no hacemos lo que tenemos que hacer cada día para deconstruirnos profundamente hasta extirpar esos atavismos, esos machismos que seguimos perpetrando y reproduciendo una y otra vez.

Las mujeres mexicanas (y las de todo el mundo) llevan décadas —siglos— luchando contra la misoginia que caracteriza a millones de hombres en todos los ámbitos de la sociedad; han avanzado a pasos agigantados en su conciencia libertaria e igualitaria, han triunfado en sus múltiples batallas para sacudir conciencias en pro de la igualdad de género. Han escrito, escrito y escrito, y denunciado, denunciado y denunciado, y nosotros, los hombres, ¿qué hemos hecho realmente?

Mirándome a los ojos, o mejor: mirando a los ojos de cualquier mujer, ¿qué has hecho tú —hombre— para traicionar al patriarcado? ¿Has dejado de frecuentar amigos machos que violentan a sus mujeres? ¿Intentaste sacudirlos, interpelarlos, cuestionarlos? ¿Qué cosas concretas has dejado de hacer que agraviaban a las mujeres en tu casa, en tu universidad, en tu trabajo? ¿Y tus hijos, qué tal van de sus machismos? ¿Y tus amigotes? ¿O te sigues riendo de sus violencias verbales contra las mujeres, de sus chistes cosificadores, de sus actitudes que nulifican a ellas? ¿Denunciaste a acosadores, los corriste si eras su jefe, o los encubriste, festejaste y apapachaste?

Algunos tenemos el desparpajo de afirmar que hemos acompañado a las mujeres en sus luchas y mil batallas, pero la verdad es que en momentos de severas crisis podemos damos cuenta de que estamos estancados, de que vamos lejísimos de ellas en la toma de consciencia acerca de todo lo que no es permisible porque hay decenas, cientos de actitudes nuestras que las vulneran, las agreden, las ofenden, las lastiman, las denigran, las parten, las rompen, las separan. Las defraudan. Y eso, eso es inadmisible.

¿Cómo demonios sometemos nuestro machismo incrustado -con todo y eso que definen como “micromachismos”? Escuchándolas, leyéndolas, entendiéndolas y haciendo algo. ¿Qué? Exterminar todos nuestras actitudes machas, todas. Ellas no tienen razón alguna para soportarnos. Ellas quieren quien las acompañe con respeto en libertad. Quieren quien las quiera, no quien las pretenda dominar. Quieren quien las escuche, no quien pretenda nulificarlas o explicarles cómo deben ser y lo que deben pensar y decir. Nada menos.

Por recomendación de mi compañera —Julia—, estoy leyendo el libro de Lydia Cacho #Ellos Hablan: Testimonios de Hombres, la relación con sus padres, el machismo y la violencia (Editorial Debate), una serie de entrevistas a varios hombres donde ella no interviene, sólo transcribe magistralmente, y me ha dejado estupefacto el estado de ignorancia de ellos: en serio, con alguna excepción, no se dan cuenta de nada. No entienden que no entienden. Básicamente culpan a las mujeres de las violencias y no perciben sus propios machismos.

Urge que nos reinventemos para dinamitar el machismo, todos los machismos, y que emprendamos la lucha nosotros mismos para extinguir el patriarcado de las existencias de ellas, pero sobre todo, de las nuestras.

Twitter: @jpbecerraacosta

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