Durante décadas, México convivió con una contradicción profunda: exigíamos productividad, estabilidad y crecimiento, pero aceptábamos que millones de personas trabajaran por un ingreso que no alcanzaba para sostener una vida digna. Esa normalización del rezago salarial fue consecuencia de un modelo que desconfiaba de sus propios trabajadores y que asumía que la competitividad sólo podía construirse a partir de salarios bajos. Esa lógica se rompió para siempre.

El reciente ajuste al salario mínimo que lo eleva a 315.04 pesos diarios —que por primera vez cubre la línea de bienestar familiar cuando dos personas de un hogar laboran en la formalidad— no es solamente un acuerdo tripartito. Es la confirmación de que el país entendió algo esencial: que el trabajo no puede ser el punto donde se recortan los márgenes de dignidad. Este resultado es producto de casi una década de insistencia, diálogo y evidencia, pero sobre todo, de un cambio cultural que llevó años construir.

La Nueva Cultura Salarial nació en un momento en que hablar de mejorar los ingresos parecía una fantasía. El salario había perdido más del 70% de su poder adquisitivo y estaba entre los más bajos de la región, pero aun así, la conversación pública evitaba discutirlo. Cuando desde COPARMEX impulsamos la idea de que el salario mínimo debía recuperar su función como piso de bienestar —y no como parámetro administrativo— lo hicimos convencidos de que ningún país puede crecer de manera sostenible sobre la base de la precariedad.

El camino para lograrlo fue todo menos simple. Hubo resistencias, dudas legítimas, presiones económicas y temores de diversos sectores sobre la capacidad real de absorber aumentos. Sin embargo, el diálogo técnico y el trabajo conjunto permitieron crear mecanismos como la desindexación y el Monto Independiente de Recuperación, que hicieron posible avanzar sin poner en riesgo la estabilidad económica. El hecho de que el poder adquisitivo haya crecido de manera sostenida demuestra que el país puede corregirse a sí mismo cuando las decisiones se toman con responsabilidad.

Pero sería un error pensar que el éxito de esta década garantiza el éxito de la siguiente. La política salarial tiene límites y el verdadero desafío no será repetir la fórmula, sino adaptarla. Si queremos que los ingresos de los trabajadores sigan mejorando, necesitamos que la formalidad crezca, que la productividad avance y que las condiciones para invertir sean claras y estables. Nada de esto ocurre de manera automática. La dignidad salarial sólo se sostiene cuando existe seguridad para trabajar, certeza jurídica para emprender y energía suficiente y competitiva para producir. Sin estos pilares, cualquier avance se vuelve frágil.

El país está entrando a una nueva etapa en la que el debate ya no será si el salario mínimo debe mejorar, sino cómo garantizar que esa mejora sea sostenible. La meta hacia 2030 puede ser viable si se construye con evidencia y corresponsabilidad. Pero será inviable si se convierte en bandera política sin considerar el impacto en el empleo formal o la capacidad de las pequeñas y medianas empresas. La Nueva Cultura Salarial requiere madurez, no estridencia.

México dio un paso que muchos creyeron imposible: vincular el salario mínimo con la vida real de las familias. Ahora el reto es aún mayor: consolidar un entorno donde ese avance no retroceda. La dignidad laboral no admite regresiones, y nuestra responsabilidad es asegurarlo con acuerdos inteligentes, instituciones sólidas y un profundo respeto por quienes sostienen a este país con su trabajo diario. #OpiniónCoparmex

Presidente Nacional de COPARMEX

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