Uno de los fines de la política es la resolución de los problemas desde el diálogo y el acuerdo, esto pensando que somos sociedades que hemos vivido, y lo haremos siempre, en conflicto. Nos ponemos de acuerdo y hacemos política. Discutimos, peleamos, hay galones de cabello, arañazos, insultos y regresamos a las cavernas. Nos convertimos en bestias expulsados de la polis, nos desprendemos de nuestro zoon politikon, muere el ser racional y se mata a la política.

De manera bochornosa hemos visto cómo la tribuna del Congreso de la Ciudad de México ha sido tomada por diputadas para golpearse, jalarse el cabello, insultarse. Miramos a otra de ellas brincar desde una silla al cuarto de audio para cortar el sonido mientras otros diputados, espectadores del circo, graban con sus teléfonos el espectáculo. Todos usaron sus videos para subirlos a redes y ganar seguidores. Como si fuera poco todas, al final de la gresca, asumen el papel de víctimas llegando al extremo de usar un collarín que cuando la diputada habla se le cae, lo hace a un lado y sigue haciendo uso de la palabra sin necesidad de él y sin presentar ninguna molestia.

No hay responsables solo víctimas. Nadie se percata que su comportamiento va en detrimento de la vida pública de México. Quizá las mujeres que actuaron de forma irracional no conocen la historia política de México. Ignoran que para que ellas fueran diputadas cientos de mujeres han sido discriminadas, ignoradas, violentadas y hasta asesinadas. Su comportamiento no solo es una burla para la ciudadanía, que con nuestros impuestos pagamos sus sueldos, sino para la historia de miles de mujeres.

Nos quedamos con la imagen de que tenemos legisladoras que no saben de leyes, viven en la ignorancia total y su única forma de transcender no es subir a tribuna a argumentar con un discurso construido con ideas, datos e historia sino a golpearse e insultarse. ¿Merecemos legisladoras que se comporten así? No, por congruencia deberían de renunciar a su cargo y dejar que otras mujeres, preparadas, con ideas y conocimiento, que son la mayoría, ocupen sus curules y demuestren, así, que la política aún puede ser un oficio digno.

No es menor que en la Encuesta Nacional de Confianza en la Administración Pública del INEGI los Congresos locales tengan 42.2% de confianza y estén solo por encima de los Partidos políticos que tienen el 33.3%. ¿Cómo confiar en quienes se agarran a golpes en la tribuna, fingen lesiones, no presentan iniciativas, no debaten con ideas, se sienten influencer de redes sociales? Imposible hacerlo. Vivimos un tiempo donde la política se ha banalizado, llega gente sin preparación ni conocimiento de los marcos legales y administrativos. Lo mismo puede legislar un futbolista, la amiga del presidente del partido, la esposa del alcalde. Lo hacen porque abusan del poder que tienen dentro de sus partidos, por eso no dudo que uno de los temas más profundos de debate, el año próximo, serán las diputaciones plurinominales, han dejado de cumplir su función y se convirtieron en un botín que se reparten las cupulas partidistas. ¿Cuántas de las diputadas que participaron en la trifulca llegaron vía plurinominal y cómo puede castigarlas la ciudadanía si de nueva cuenta serán premiadas por las dirigencias de sus partidos?

En estos días donde domina la ignorancia sería conveniente que quienes prefieren regresar a las cavernas se dieran la oportunidad de leer a Hannah Arendt: “La guerra y la violencia son la manifestación de la impotencia de la política.”

Hasta aquí Monstruos y Máscaras…

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