Quienes eligen solo blancos y negros para ver el mundo, desechan todos los matices y la infinita diversidad de combinaciones y tonalidades, terminan irremediablemente por excluir a miles y hasta millones de seres humanos de posibilidades, oportunidades, alternativas de solución y también, de capacidad para mirar a los otros con dignidad, derechos y ejercicio de sus libertades. También se condenan a su propia trampa.

Un mundo en blanco y negro sólo acepta lo binario, sólo se rige por los absolutos “conmigo o contra mí”, pues es el mundo del todo o nada.

Los que avalan y acompañan aquello pintado de blanco serán aliados aún en la peores circunstancias y defenderán a ultranza cada acción por buena o nefasta que pueda ser. Las reglas en un mundo blanco y negro son rígidas, totalitarias e inflexibles, porque cualquier posición, dicho, hecho que se identifique con el color contrario se asumirá de inmediato como enemigo .

Por lo que “esos otros” serán excluidos y las etiquetas surgirán de inmediato para dar cuenta de que son una amenaza para quienes optaron por el lado correcto de la historia, el lado puro e infalible del mundo.

La estrella de David cosida en las ropas de la comunidad judía fueron una etiqueta que los condenó a la muerte, al desprecio, al despojo, a la humillación y al atropello más cruel e inhumano. Pero las etiquetas a lo largo de la historia han sido tan diversas y humillantes como el tamaño de los absolutos.

Un mundo en blanco y negro excluye a las mayorías, a la diversidad, a la diferencia. La disidencia deberá exterminarse y los métodos para conseguirlo encontrarán justificación. Un mundo infinito lo convierten en diminuto, y sus energías las dedican para destruir a quienes por elección conviene eliminar o al menos, neutralizar, para así dejar sólo a los suyos, a quienes deben protegerse y poner a salvo.

En un mundo en blanco y negro no existen los puentes, pero sí miles de murallas y obstáculos. Porque un mundo en donde solo existen buenos y malos, el diálogo, la reconciliación y la posibilidad de construir juntos no tiene cabida.

Estos son los mundos en donde la discriminación y el racismo encuentran paraísos. En donde el odio, la polarización y la distancia se convierten en regla para distinguir a los elegidos de los despreciados, esos que jamás tendrán espacio en ese tan pequeño mundo.

En ese mundo todo lo que se considere positivo será porque lo hicieron los buenos; mientras que lo negativo será siempre culpa de quienes están en el lado equivocado, y en consecuencia, deberán destruirse y lincharse en la plaza pública .

Un mundo en blanco y negro cultiva fanáticos y erradica la inteligencia, la capacidad de inclusión, de empatía, de sumar y de construir en propósitos comunes. Este mundo tiene sus propias leyes que no son las escritas ni las que representan a la mayoría, ni a la diversidad, y mucho menos, respeta los derechos ganados por encima de las diferencias, tal como sucede en un sistema democrático y de libertades.

Quienes se empeñan en este mundo bicolor se alejan de la realidad y de las necesidades, anhelos y capacidades de aquellos que no comparten sus decisiones, los ignoran, los rechazan y los odian.

De tal manera que un mundo diverso, de infinitos colores, gustos, opiniones, creencias, elecciones y sueños, se topará cotidianamente y brutalmente con quienes prefieren ser binarios y con las preguntas decisivas: ¿Cómo responderá esta mayoría ahora etiquetada de enemigos?, ¿Qué tan capaz y pronta será para detener la destrucción y el embate a las libertades, empezando por la de expresión?, ¿Qué tanta capacidad de autoengaño hay para creer que algún día los que optaron por un mundo binario finalmente cambiarán?

El futuro de esta y otras generaciones dependerá de respuestas sensatas y multicolores a estas interrogantes, porque la realidad no cambia por el deseo de verla bicolor.

Senadora de la República

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