He escuchado decir a muchas veces que en México, más allá de la religión que cada uno de nosotros elegimos o de nuestras creencias personales, todos somos guadalupanos. Muy probablemente esta afirmación suene exagerada para algunos, lo que nadie puede negar es que la Guadalupana es muchísimo más que un código de amor.

Un reconocido antropólogo social explicaba con detalle en una de sus conferencias, que al realizar una investigación muy amplia sobre lo que en la actualidad da certeza a la mayoría de los mexicanos, la Virgen de Guadalupe, es ella en quien más se confía y es también, quien genera esa seguridad en millones de mexicanos como nada ni nadie más consigue hacerlo.

Alicia Mayer, directora de la UNAM-Canadá, afirma que: “el culto a la Virgen de Guadalupe es mucho más que una expresión religiosa, es un pilar fundamental de la identidad nacional y cultural”. Destaca que su presencia es omnipresente y que los mexicanos hemos incorporado la imagen de la Virgen de Guadalupe en todos los aspectos de la vida cotidiana.

Mayer concluye que el legado de la Virgen perdurará siglos, siendo una fuente de inspiración y devoción para millones de personas en México y en el mundo.

Desde el inicio de la Independencia la Virgen de Guadalupe ya estaba al frente, y lo mismo sucedió para el movimiento zapatista, fue el símbolo más importante en su lucha por la justicia y la defensa de la tierra.

Probablemente hemos olvidado el nombre del primer presidente independiente de México, José Ramón Adaucto, quien en honor a la Virgen decidió cambiar su nombre por Guadalupe Victoria.

De igual forma César Chávez, quien en su lucha histórica por lograr el primer sindicato agrícola en los Estados Unidos, puso al frente a la Virgen de Guadalupe, particularmente en los momentos más decisivos y desafiantes, cuando más urgía la resiliencia y fortalecer la moral para no rendirse.

Tanto en la marcha de Sacramento como en la huelga de la uva de Delano, la protagonista en el estandarte que encabezaba estas luchas por el reconocimiento de los derechos de los trabajadores agrícolas, fue la Virgen de Guadalupe, traspasando la frontera religiosa.

Apenas hace algunas horas, por los festejos para la Guadalupana, se estima que la presencia de peregrinos fue superior a los 12 millones, llegando en caravanas, caminatas de días y noches, con enfermos y niños muy pequeños, algunos aún en brazos de sus madres.

No en vano hay quienes han adoptado su nombre para pernear en la mente y en el ánimo de millones de mexicanos, como una fuerza política aún sin creer en ella, o bien, portan prendas con su imagen para construir un vínculo con esas mayorías que necesitan que crean en ellos.

Para los católicos es el fast track, es el puente y la voz más poderosa y amorosa escuchada por Dios. Para quienes no profesan esta religión, salvo algunas excepciones, respetan esta fe y la reconocen como un fenómeno social de unidad e identidad.

Por eso la gobernabilidad está estrechamente ligada a la Guadalupana, a todo aquello que a diario sucede en el cerro del Tepeyac y en esa omnipresencia de la que habla la doctora Mayer.

Es invaluable en una realidad con tan profundos contrastes, pues sin importar origen, edad, historias de vida, ingresos, profesión, creencias, partidos, etc, sigamos acudiendo a ese punto de encuentro en donde todas y todos existimos.

Muchas veces me he preguntado qué sería de nuestro país sin la Virgen de Guadalupe, y solo puedo concluir, que el desamparo sería mayor y la gobernabilidad aún más compleja de lo que ya lo es ahora.

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