En su libro La Conformidad (Grano de Sal, 2020), Cass R. Sunstein, narra el siguiente experimento: en dos ciudades distintas (Boulder y Colorado Springs), se reunieron en pequeños grupos a individuos para que discutieran sobre tres asuntos de la agenda pública que generan diferentes y encontradas opiniones. Los temas fueron cambio climático, discriminación positiva y parejas del mismo sexo. Según el autor, Boulder es una ciudad que vota “predominantemente centroizquierda”, mientras Colorado Springs vota en forma conservadora. Antes de la discusión en grupos, a los individuos se les solicitó que escribieran sus opiniones en forma individual y anónima. Y luego de su deliberación, se les volvió a pedir que de nuevo escribieran sus puntos de vista otra vez de manera individual y anónima.

Escribe Sunstein: “Como consecuencia de la deliberación grupal, la gente de Boulder se movió a la izquierda en los tres temas. Por contraste, la gente de Colorado Springs se volvió mucho más conservadora. El efecto de la deliberación grupal consistió en cambiar las opiniones individuales hacia el extremismo. Los “veredictos” grupales… fueron más extremos que la mediana de los miembros del grupo antes de la deliberación. Además, las posturas anónimas de los miembros en lo individual se volvieron, tras la deliberación, más extremas de lo que eran sus posturas anónimas antes de que empezaran a conversar”.

Puede decirse que las diferencias originales entre ambas comunidades se hicieron más amplias y agudas. Después de la deliberación las zonas de convergencia se hicieron más estrechas y la división entre ambos grupos fue más tajante. “Empezaron a habitar diferentes universos políticos”.

Intercambiar opiniones solo con las personas que piensan como uno, que sostienen los mismos prejuicios, que parten de premisas similares, nos va haciendo más rígidos e intolerantes. Se establece una conformidad sólida con la comunidad a la que pertenecemos o nos adscribimos, pero se es incapaz de refrescar las nociones que ordenan nuestras vidas con el viento de otras formas de pensar. Somos seres “tribales”, dice el autor, la conformidad hace posible la vida en común, pero la misma puede producir horrores, volverse intolerante hacia los que no comparten nuestro código de entendimiento y destruir la creatividad.

Ese encierro y reproducción en comunidades cerradas puede ser devastador no solo porque dinamita los puentes para un eventual entendimiento, sino porque suele generar ambientes blindados e incluso agresivos. “Cuando personas de un partido político marchan juntas, fomentan dogmas y enconos, y ridiculizan a personas de otro partido político”, seguramente han logrado un cemento que los une de una manera potente, han edificado una sólida conformidad entre ellos. Han creado un “universo político” propio. El agudo problema es que ese universo resulta ajeno a los demás, y al ser impermeable a las necesidades e ideas de los otros, al considerarse a sí mismo como autosuficiente, se convierte en un eslabón eficaz que conduce al fanatismo.

El fanatismo suele ser una obsesión cegadora a la que le es imposible valorar la diversidad que da forma al mundo. Convencidos y cohesionados, conformes con ellos mismos, los fanáticos desprecian a quienes no comparten su fervor y fe. Esa vida enclaustrada, sellada, les impide comprender lo que sucede en su entorno, pero eso sí, les otorga una robusta confianza en sí mismos.

Profesor de la UNAM.

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