Primero las (mis) premisas: 1. El Estado de Israel tiene todo el derecho a existir, y el gobierno que encabeza Netanyahu puede y debe ser criticado por sus políticas. 2. El pueblo palestino tiene derecho a vivir bajo el manto de su propio Estado, y Hamas es una organización terrorista.

El terrorismo no es una forma más de hacer política. No solo es la negación de la misma, sino una fórmula que niega de manera radical la humanidad de los otros. Todo terrorismo se recubre de alguna causa, pero no existe objetivo que legitime la agresión y asesinato de civiles. Se trata de mera sevicia desatada de manera indiscriminada para provocar terror. Y la comisión de los crímenes execrables solo desde la más primitiva y sanguinaria concepción pueden defenderse.

La oleada terrorista desatada por Hamas contra ciudadanos israelís, por su magnitud e impacto, no tiene precedentes. Pero desde su constitución esa ha sido su proclamada vocación. Hamas pretende borrar del mapa al Estado de Israel y ha postulado, desde el inicio, la legitimidad de sus fórmulas de lucha. Veamos.

En 1993, se dieron las primeras negociaciones directas entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) auspiciadas por el gobierno de Noruega. El gobierno encabezado por Isaac Rabin y la organización que lidereaba Yasser Arafat abrieron la posibilidad de un reconocimiento mutuo, que trazara una ruta hacia la paz. Ese mismo año, en Washington, se firmaron los acuerdos para la instauración de una Autoridad Palestina y para el inicio de la retirada de las tropas israelís de la franja de Gaza. Se trataba de comenzar un proceso, que no sería sencillo, para construir la paz.

Múltiples esperanzas se depositaron en ese proceso que había que alimentar con gestos recíprocos de las partes. No sin problemas Rabin logró que el parlamento aprobara el acuerdo; y no sin resistencias Arafat logró lo mismo. Quienes forjaron esa negociación (Rabin, Arafat y Peres) fueron reconocidos un año después con el Premio Nobel de la Paz. Pero en ambos bandos hubo algo más que resistencias. Del lado israelí movilizaciones contra los acuerdos, en las que por cierto participó Netanyahu, y en el extremo, el asesinato de Rabin en 1995 a manos de un fanático ultra derechista israelí. Del lado palestino Hamas se rebeló contra la posibilidad de una paz negociada y continuó imparable con atentados mortales contra la población civil, con el objetivo ni siquiera disfrazado de sabotear el proceso.

El terrorismo, así, no sólo cobra vidas inocentes, lo cual sería suficiente para combatirlo y descalificarlo, sino es un dispositivo para dinamitar los procesos de acercamiento entre los que desean trascender el estado de guerra y construir una paz duradera. La “lógica” de todo o nada de Hamas, de no reconocer la existencia de Israel y su población, solo genera un reguero de muerte y sangre, y paradójicamente alimenta las pulsiones más intolerantes y guerreras del lado de Israel. Es una frase hecha pero cierta: “los extremos se tocan” y retroalimentan, porque los agravios se van profundizando, las ansias de venganza creciendo, y la justificación de uno son los excesos del otro y viceversa.

No hay heroísmo alguno en masacrar civiles. No hay causa que justifique los asesinatos a mansalva o las violaciones en grupo o el secuestro de niños. Los auténticos héroes serán aquellos que desde las posiciones en conflicto sean capaces de diseñar y tripular un proceso de paz, aislando a sus respectivos fanáticos.

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