Si algo tiene la política democrática es que en ella se discute. Por una sencilla razón: porque los problemas son muchos y los acercamientos a ellos variados y hasta enfrentados. Desde los asuntos más baladíes hasta los fundamentales todos son filtrados por intereses y apreciaciones varias. Ello demanda, entonces, información cierta, compartida, y una fórmula de debate que reúna algunas condiciones si es que se quiere que el intercambio sea medianamente racional y productivo. El 6 de mayo el Presidente nos dio tres fabulosas lecciones de cómo arruinar una discusión, y por ello parece necesario recordar tres reglas elementales de cualquier debate (hay otras):

1. No salirse del tema. El Presidente dijo que el Producto Interno Bruto debería ser un término en “desuso” y buscar nuevos conceptos. “En vez de PIB hablar de bienestar; en vez de lo material pensar en lo espiritual”. No afirmó que había que complementar la medición del PIB con otros indicadores, porque en efecto la economía puede crecer y sus frutos distribuirse de manera inequitativa. Sino que se fugó hacia otro campo; además no muy propio para un Presidente. Cuando se habla del PIB se hace alusión a la situación de la economía, si ésta crece o decrece, remitir entonces a una discusión sobre el bienestar espiritual es darle la espalda al tema y fugarse a los cerros de Úbeda.

Es como si tres médicos debatieran sobre la mejor vía para atacar un cáncer: A dice que habría que mantener al paciente en observación, B propone extirpar y C iniciar una serie de radiaciones. Llega D y opina que hay que aumentar el número de equipos en la liga de futbol. D puede incluso tener razón, pero, caray, ese no era el tema.

2. No negar la evidencia. México, como el resto del mundo, vive una pandemia. Ahí están los contagiados, hospitalizados y muertos (sobre su cómputo hay discusión). Hay diferentes fórmulas para enfrentarla, pero si alguien niega su existencia debe quedar fuera del debate.

Según el Sistema Nacional de Seguridad Pública en marzo se abrieron 20,232 carpetas de investigación por violencia familiar, 13.7% más que en febrero con 17,794. Interrogado al respecto el Presidente afirmó: “Nosotros no hemos advertido un incremento…existe mucha fraternidad familiar. La familia en México es excepcional, es el núcleo humano más fraterno…”. Ante información pura y dura no se debe (porque sí se puede) reaccionar de manera lírica. Si se niega la evidencia —en este caso proporcionada por el propio gobierno— no hay posibilidad de encontrar una tierra común para el debate. Porque en efecto, en muchos casos, las familias pueden estar jugando un importante papel de solidaridad y apoyo, y al mismo tiempo, en otras se puede estar incrementando la violencia. Ahí están las cifras, negarlas significa clausurar la discusión.

3.No se debe iniciar un debate y al recibir una respuesta inventar alguna argucia para suspenderlo o cancelarlo. El Presidente planteó una cuestión importante: debemos saber quién financia los bots en las redes. Como se sabe, se trata de robots que multiplican artificialmente la presencia de un comentario dando la impresión de que posee un apoyo mayor del que realmente tiene. Twitter respondió y el Presidente dijo: “Ayer hubo una respuesta de twitter a lo que dijimos en la mañana, no les puedo decir exactamente que dijeron porque como no hablo inglés…”.

Es posible que el Presidente haya buscado, una vez más, mimetizarse con el mínimo común denominador del “pueblo” que no habla inglés y resulta patético que el Presidente, que cuenta con un grupo amplio de colaboradores, no tenga un servicio permanente de traducción de los asuntos que él puso a discusión. Pero lo que no se vale es abrir el debate y cancelarlo una vez que el interlocutor responde.

Estamos obligados a discutir. No tenemos de otra. No hay manera de alinear las voces distintas que coexisten en el país. Pero la discusión puede resultar estéril o fructífera. Se trata de un arte necesario, pero que requiere de algunas reglas mínimas para no volvernos todos locos.



Profesor de la UNAM.

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