Pablo Pascual. 25 años en la memoria


Se ha puesto de moda en las trasmisiones televisivas de futbol ofrecer información sobre varios elementos de los partidos. El número de tiros a gol de cada equipo y cuántos de ellos iban a la puerta, el número de tiros de esquina, las faltas, el porcentaje de posesión de balón, las tarjetas amarillas y rojas, los fuera de lugar o las atajadas de los porteros. No está mal. Son cifras ilustrativas. Ayudan al análisis, alimentan la plática y sirven para incrementar el cotorreo. Nada de eso sucedía cuando empecé a ver futbol allá por el paleolítico inferior. Pero los aficionados al futbol sabemos que lo relevante es el resultado final expresado en goles (por sí usted es un ermitaño que vive apartado del resto de la humanidad). Se gana, pierde o empata, según los goles anotados y recibidos. Y según las reglas, por ejemplo, en las eliminatorias a visita recíproca, un empate o incluso una derrota en un juego, puede significar un triunfo al final, porque los goles de los dos partidos se suman. Así el empate a cero entre Pumas y Cruz Azul significó el pase a la final de Pumas que ganó el primer encuentro 2-1. Son reglas elementales y fundamentales que ofrecen sentido al juego. Sin ellas, no habría posibilidad de declarar ganador.

Hay deportes de apreciación en los cuales es más difícil, sobre todo para los legos, saber quién fue el mejor. Clavados, gimnasia y hasta el box cuando no se produce un nocaut, arrojan resultados según la calificación (cargada de subjetividad) de los jueces. Esas son las reglas y por ello los resultados suelen ser más controvertibles. Esta introducción insípida a lo mejor adquiere sentido por lo siguiente.

Hemos ido a un ejercicio de revocación de mandato y llama la atención la catarata de opiniones sobre “los resultados” del mismo. Que si los votantes favorables al presidente han descendido considerablemente en relación a los de 2018, que si la inmensa mayoría de los que fueron a las urnas refrendaron su confianza en él, que si una oceánica parte de la población le dio la espalda al llamado. No han faltado los análisis de la votación por entidades o los llamados de alarma porque en algunas pocas casillas votaron por encima del 100 por ciento de los electores. Todo ello no sobra, pero se emparenta con los comentarios que se hacen ahora que alguien se ocupa de contar los tiros a gol o las tarjetas de castigo. Algo o mucho ilustran sobre el desarrollo del partido o del no tan famoso ejercicio de revocación. Pero nada dicen de su resultado según las reglas explícitas y aceptadas.

El problema mayor es que no pocos se han proclamado ganadores pese a estar en bandos opuestos. Como si fueran los jueces de una competencia de clavados. Se olvidan de un pequeño detalle. Que no estamos ante un deporte de apreciación. Sino ante un ejercicio con reglas como las de los goles en el futbol. La revocación —según la ley— solo procede “si la participación total de la ciudadanía… fue al menos del cuarenta por ciento de las personas inscritas en la lista nominal de electores”. Y como ello no sucedió (votó menos del 18 por ciento) pues su resultado no significa nada en términos legales.

Es la segunda ocasión consecutiva en la que la mayoría de los ciudadanos le dicen no a supuestos ejercicios de democracia directa que no han sido más que circos sin auténtica substancia política. Algo nos debería decir de la resistencia de los electores a participar en juegos sin sentido, caprichosos, innecesarios.

Profesor de la UNAM

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