Con un fuerte abrazo para Antonio Lazcano

Un joven estalla un obús en pleno París. Lo filma. Inmediatamente se presenta a la policía. Reconoce como propia la autoría del atentado y declara que tiene activados otros siete artefactos que explotarán, uno cada día, con macabra precisión, si no le otorgan libertad a su madre, le entregan cuatro millones de euros y los envían a Australia. Ese es el inicio del thriller de Pierre Lemaitre, Rosy and John (editorial Alfaguara, 2016) ¿Qué hacer? Y en medio de ese desiderátum ¿cómo comunicarlo a la población?

“Esa mañana los parisinos se van a despertar casi en estado de guerra; camiones de bomberos y de ayuda militar recorrerán la capital de cabo a rabo y habrá que decirles que una amenaza de bomba se cierne sobre sus hijos… se pueden imaginar las consecuencias: la oposición exigiendo explicaciones y pidiendo una comparecencia en el Parlamento. ¿Cómo? ¿Una sola persona pone en jaque a todo el país? ¿es una broma? Al presidente, cuando todavía estaba en la oposición, le hubiese encantado esta situación: ¡un gobierno incapaz de garantizar la seguridad de nuestros hijos! ¡Y que cede ante la amenaza de un terrorista aislado! ¡Una derrota a campo abierto! ¡En este gobierno, la cobardía solo es superada por la incompetencia! Le encantaban ese tipo de frases cuando, en la oposición, podía pronunciarlas”.

Pues sí. Todos lo hemos oído y vivido. No es lo mismo hablar y gesticular desde la oposición, que desde el gobierno. Pero por desgracia, el asunto mayor, el asunto más grave de nuestra agenda nacional, ha dado pie a una espiral de desencuentros que solo desde la más extrema inconciencia puede esperar que así, arribemos a buen puerto.

La violencia y la inseguridad en México ha dejado una estela siniestra, bajo la forma de muertes diarias, desaparecidos, zonas bajo el control de grupos delincuenciales, atracos a camiones, extorsiones por el llamado “derecho de piso”, víctimas inocentes, miedo y aprensión que corroen la economía, la sociedad, las relaciones personales.

Y a pesar de ello, el “juego” político es recurrente: desde el gobierno se repite “estamos actuando”, “es un problema que viene de muchos años”. Desde la oposición, “son unos incompetentes”, “han empeorado la situación”. Y por esta doble vía, la de sacar ventajas políticas de corto plazo… así nos ha ido. En efecto, el Estado mexicano sigue siendo impotente ante una ola violenta y descarnada que no cesa de crecer y de pudrir las relaciones sociales.

Una lección debería quedarnos clara: el PAN fue gobierno e intentó combatir el boom delincuencial a su modo. Fracasó. El PRI fue gobierno y también sostuvo su propia estrategia. Allí están los malos resultados. Morena, es ahora la fuerza que comanda el aparato del Estado y sin embargo la inseguridad y la violencia no ceden, aumentan, por desgracia, lo cual ya debería ser suficiente para extraer una lección elemental: en este tema, aunque sea en este tema, deberíamos intentar una política de Estado.

Una política de Estado no se decreta, se construye, cuidadosamente. Quiero decir: una serie de acciones avaladas por las fuerzas políticas relevantes, los gobiernos de los Estados, las organizaciones de la sociedad civil, los especialistas nacionales, elaborada bajo el supuesto de que quienes se incorporen a ella, están (estamos) en el mismo barco.

Una política monitoreada por el Congreso y por los medios de comunicación. Pero insisto: ya debería ser suficiente prueba que PAN, PRI, y Morena no han podido contener la escalada de horror y de zozobra y que el nuevo gobierno no puede cometer el mismo error: tiene que buscar una política de Estado.

Se pueden —se deben— mantener todas las diferencias en materia económica, social, cultural, pero la tarea es procurar un espacio libre de pugnas porque es el espacio de la vida y la seguridad más básica, el que debiera estar libre de la polarización de cada día. Ese espacio en el que el presidente imaginado por Lemaitre, no añore poder decir ni contestar, como cuando era oposición.

Profesor de la UNAM

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