Ningún mandatario se expuso tanto al reflector mediático como lo estuvo López Obrador en su primer trienio de gobierno. No obstante ello, y pese a que le vimos desempeñarse en la jefatura del Distrito Federal y como protagonista de tres intensas campañas presidenciales, lo cierto es que no conocíamos en profundidad ni su perfil sicológico y ni su verdadera personalidad. Había, sí, atisbos que invitaban a suponerlo poseído de pulsiones mesiánicas, más nunca dejó ver con tan diáfana claridad que sus acciones estuvieran guiadas por creencias de índole extra-lógica.

Hoy puede decirse que no son simples conjeturas sino evidencias derivadas de sus palabras. Que se confiese cristiano nada tiene de extraño, mas serlo no justifica que inmiscuya su fe en la tarea que como Primer Magistrado de la Nación debe cumplir. Inquieta que su pensamiento político oscile entre sus convicciones espirituales y sus deberes cívicos. Por lo demás, existen fundadas dudas que los principios religiosos -compasión, perdón, piedad, etc.- en que basa su estrategia contra el crimen organizado arrojen el resultado que con urgencia demanda la gente.

Nadie bien nacido puede hacer mofa ni burlarse de sus buenos propósitos. Ojalá que con sólo “ abrazos ” fuera posible reducir a las bandas de forajidos en un plazo razonablemente corto; empero, la realidad -y los expertos también- se empeñan en contradecir su tesis. Su retórica redentorista no ha tenido efecto en la conducta de los delincuentes, como lo muestran las cifras oficiales que conservan al homicidio doloso en el altísimo nivel que tuvo al final de la gestión de Peña Nieto. Es cierto que no crecen pero, exhibir tan magro logro como indicio de que se está en la ruta correcta, es una percepción que muy pocos especialistas en el tema comparten.

El pacifismo es una doctrina admirable; de ello no hay duda. Su primer y más preclaro exponente fue Jesús de Nazaret, el Cristo, el ungido de Dios. Y entre los líderes políticos contemporáneos que repudiaron la violencia en sus justas luchas destacan tres personajes luminosos: Gandhi en la India, Luther King en Estados Unidos y Mandela en Sudáfrica. El Mahatma independizó a la India del imperio británico; Luther King arrinconó al segregacionismo racista y Mandela abatió al apartheid. Sin embargo, sus gestas heroicas en nada se parecen al combate que López Obrador libra -o debiera librar- en México contra el hampa; son batallas de naturaleza distinta.

Gandhi, Luther King y Mandela son parte de la galería de próceres idealistas cuya vida inspira al presidente. El Mahatma decía que “… el día que el poder del amor anule el amor al poder, el mundo conocerá la paz …”. Y Mandela inculcó “… en la conciencia de su pueblo el sentido de la solidaridad humana …”. Más realista, el autor de ese tratado sobre el sentido común que es el “Quijote de la Mancha” sentenció que “… las armas tienen por objeto y fin la paz que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida …”. Y añadió que “…l a paz es el verdadero fin de la guerra …”. Valdría la pena que López Obrador considerara la lógica de Cervantes.

Pero vamos a lo concreto. La 4T construye 165 cuarteles para sumar 244 a fin de año, y 500 al fin del sexenio. Impresionan las armas y el equipo militar de que disponen los 100 mil efectivos de la Guardia Nacional . ¿Debe deducirse que tamaño despliegue de las fuerzas de seguridad está orientado a proteger a la población de la violencia criminal? ¿o acaso la idea es que su sola y pasiva presencia bastará para disuadir a la delincuencia? Al igual que el presidente nadie quiere matanzas, pero tampoco que pacientemente se aguarde a que las políticas sociales y los mensajes piadosos convenzan a los malhechores de abandonar sus siniestras conductas.

Google News

TEMAS RELACIONADOS