Si como lo ha ofrecido el presidente López Obrador, al término de su periodo constitucional se desmarca de toda pretensión reeleccionista, renuncia a seguir hegemonizando el poder desde su retiro en Palenque y de verdad se aparta de la escena pública, entonces -y sólo entonces- habrá que pensar cómo será México sin la presencia de quien por un largo cuarto de siglo ha sido actor principalísimo de la tragicomedia política nacional. Centrémonos pues en ese supuesto y en que, al no otearse en el horizonte ningún “ caballo negro ”, cualquiera de los mencionados -Claudia Sheimbaun, Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal- podría ser la o el candidato de Morena en el 2024.

Si no hay imprevistos que cambien el humor del electorado y las encuestas se mantienen estables, de entre ellos saldrá quien abandere a Morena . En el otro campo, no se ve a nadie que pueda alzarse como un contendiente de oposición a tenerse en cuenta. No se ve cómo, por ejemplo, podría rehacerse la etérea alianza PAN-PRI-PRD , o cómo el PAN -liderado por un anodino- recobraría su espíritu de lucha, o cómo el PRI -subyugado por el presidente- se reconstruiría a sí mismo como un partido con ideas, o cómo el PRD -agónico tras la salida de sus figuras- se alzaría de entre sus cenizas. Se saben de antemano derrotados.

Mas ese potencial adversario que no saldrá de los partidos de oposición podría en cambio surgir de las propias filas de Morena , sobre todo si -como lo indican todas las señales- la elegida por el presidente es Sheimbaun. Cuesta imaginar que tanto Ebrard como Monreal se resignaran a perder la que seguramente será su última oportunidad de llegar a Palacio Nacional, meta acariciada por ambos experimentados políticos de mucho tiempo atrás. De aquí a octubre de 2023 quedan 21 meses, demasiado tiempo para creer que, tanto el uno como el otro, no habrán ya explorado la posibilidad de postularse por un partido diferente.

El riesgo de la ruptura está presente y pondrá a prueba la audaz idea de López Obrador de adelantar el proceso sucesorio cuando todavía no se había cumplido ni siquiera la mitad de su mandato. A nadie podrá reprocharle el inicio tan prematuro de la confrontación entre aspirantes cuyos nombres -con la excepción de Monreal- el propio presidente dio a conocer, dando luz verde a una lucha soterrada que incidirá negativamente en la operación de su gobierno ¿Error involuntario o estrategia premeditada? Por lo pronto, la atención de los interesados en el devenir de la política se concentra en el quehacer de los tres morenistas.

Así las cosas, el acertijo se reducirá a saber cuál será el talante de López Obrador llegado el momento de la “ gran decisión ”. ¿Se decantará por Claudia, una figura hierática y glacial que le debe su carrera y al que sigue con incondicional lealtad? La apoya el ala radical de la 4T, sabedora que preservaría su ideal social y nacionalista. ¿O por Marcelo, político sagaz que suavizaría las aristas cortantes de las tesis lopezobradoristas? A él le seguiría el sector moderado del partido. ¿O por el astuto y desafiante Ricardo, que mimetizaría al movimiento al estilo negociador y pragmático del PRI sesentero que inspira al tabasqueño?

Mas pese a la inesperada complicación que supuso la anticipada apertura del proceso, es tal la fuerza del poder de López Obrador que nadie duda que será él, y sólo él, quien elija a su sucesor, a diferencia de lo que ocurría en la era del priísmo todopoderoso cuando el presidente tomaba parecer a las “ fuerzas vivas ” -conjunto variopinto de líderes sindicales, capitanes empresariales y obispos del Episcopado-, así como al Departamento de Estado de Estados Unidos al que -siempre se dijo- se reconocía derecho a vetar al candidato que juzgara incómodo a sus intereses.

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