Una evidente deducción, efecto del sobrado tiempo de reflexión de los recientes atípicos días ha sido aceptar –con todo lo que esto implica- que soy un ¡conservador!. Probablemente lo sea, pero sin sentirme adversario de nadie y sin oponerme a cuanto convenga y contribuya a los intereses de México.

Para el presidente López Obrador sus adversarios son conservadores con apariencia de liberales, tanto de izquierda como de derecha, opuestos a que haya cambios, deseosos de que se mantuviera el mismo régimen de corrupción y opresión, irresponsables, oportunistas e hipócritas dedicados a administrar y regodearse con la tragedia. Difícilmente alguna alocución presidencial omite referirse a sus adversarios conservadores. Precisamente en la mañanera del pasado martes, luego de precisar AMLO que la intención de sus adversarios conservadores ha sido alentar la división y la polarización de la sociedad - lo cual no han podido lograr-, quedando en juego el avance de la 4T o el regreso a los regímenes corruptos, injustos y llenos de privilegios. Acto seguido, AMLO convocó a sus adversarios a buscar la unidad fijando una tregua de un mes, pidiéndoles que le bajen a la desbordada campaña de medios y en redes sociales, abrumando y fastidiando, dañándose ellos mismos al ir perdiendo cada vez más credibilidad.

Culminó su mensaje el presidente: “ Pedirles también a los empresarios que nos sigan ayudando”.

Precisamente, el presidente pareció haber reconocido en el actual momento de apremio la necesidad de “ayudarse” unos a otros, TODOS, sin adversarios, cada quien contribuyendo a la medida de sus posibilidades, sin perder tiempo ni distraerse en ofensas, denostando y descalificando. Lo deseable sería encuadrar a los empresarios como emprendedores que arriesgan su capital, crean empleos, cubren impuestos, satisfaciendo las necesidades de un libre mercado económico. El sector privado en su generalidad crea, cumple y aporta.

Infiero ser conservador porque creo que es mucho lo que debemos conservar, lo que se ha logrado, lo que tenemos y disfrutamos y no queremos exponer, máxime en aventurados y discutibles proyectos, en populistas y onerosos programas clientelares y fundamentalmente, porque quiero ser parte de un país de irrebatible honor, formal en sus compromisos contraídos, un país de instituciones sin amañadas consultas de kermés. Quiero –hubiera querido- al menos conservar nuestro crecimiento económico, bajarle la apuesta estatal al petróleo, mantener una moneda fuerte y estable, continuar siendo un destino atractivo para el turismo y promisorio para la inversión.

Los precisos índices económicos arrojan contundentes evidencias de que por las causas que sean, el coronavirus, el desplome internacional del petróleo, la falta de confianza, la tormenta perfecta, pero el hecho es que no hemos conservado lo logrado y el escenario dista de ser alentador. El primer trimestre de 2020 terminó con una depreciación acumulada de nuestra moneda de 26.20% ante el dólar, en tanto la Bolsa Mexicana de Valores sufrió una caída de 20.64% su peor trimestre desde 1995, el precio del barril de petróleo que a principios de enero se cotizó en 59.35 dólares con el derrumbe de la presente semana cayó hasta 10.37 dólares -82.53%-, el riesgo país se elevó 30% a niveles de 2008, Standard & Poors degradó la nota crediticia de México y de Pemex a BBB ambas con perspectiva negativa, las expectativas económicas para 2020 fluctúan en un déficit entre 3.9 y 7% del PIB.

Es ilógico creer que un sector conservador desea que le vaya mal al gobierno, de ser así, nos iría mal a todos. Conservemos lo habido y vayamos juntos por más.

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