México, hermano mayor por excelencia de una inestable Latinoamérica, poblada por pocos muy ricos y muchos muy pobres, cuyas naciones se columpian entre regímenes de derecha e izquierda, según la afinidad política del gobernante en turno. Desigual territorio cuyo crecimiento estimado para el presente 2019 será apenas de un raquítico .02% frente al 3% estimado a nivel mundial.

El péndulo político latinoamericano suele zigzaguear en sincronía, como si acatara una tendencia, atrayendo y alejando idearios, buscándose sin encontrarse. El considerado momento estelar de la izquierda en la región ocurrió en noviembre de 2007, en la Cumbre Iberoamericana de Santiago que reunió a un nutrido grupo de emblemáticos líderes de izquierda —dream team— como Inácio Lula da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner, Michelle Bachelet, Rafael Correa, Alan García, Tabaré Vázquez, José Manuel Zelaya y Daniel Ortega. Faltó Fidel Castro, siendo el prietito en el arroz el colombiano Álvaro Uribe.

Propiamente el péndulo giró a la derecha en América Latina a partir de noviembre 2015 con la elección de Mauricio Macri en Argentina, prosiguiendo en 2017 en Ecuador con Lenin Moreno y Sebastián Piñera en Chile. En 2018 con Carlos Alvarado en Costa Rica, Juan Orlando Hernández en Honduras, Mario Abdo Benítez en Paraguay, Iván Duque en Colombia, Martín Vizcarra en Perú y Jair Bolsonaro —aguas con el recién liberado Lula da Silva— en Brasil. A partir de la pasada semana se suma Bolivia con el frágil régimen de la boquifloja e imprudente interina Jeanine Áñez. El cartel podría ampliarse el próximo domingo con la elección de Luis Lacalle en Uruguay.

La abollada izquierda queda representada por la indómita Cuba socialista de los Castro, oficialmente presidida por Miguel Díaz Canel, la cual ha superado seis décadas induciendo en lo posible su ideología en el área, desafiando al imperio yanqui. En Venezuela inexplicablemente el vociferante Nicolás Maduro se sostiene en el poder a pesar de la dramática pauperización del país, con una hiperinflación a octubre pasado superior a 4 mil % y en que el salario mínimo apenas alcanza para adquirir 2% de la canasta básica. En Nicaragua el otrora guerrillero sandinista Daniel Ortega ha rebasado la barbarie somocista que originalmente combatió. Argentina ha resuelto retornar al peronismo, vía Alberto Fernández, acompañado por la sorprendentemente reivindicada Cristina Fernández de Kirchner, copartícipe en los fallidos doce años de kirchnerismo. Inéditamente hemos de agregar en este bloque a México, a partir del democrático ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia.

En Bolivia, el izquierdista Evo Morales, luego de cuestionadas elecciones para reelegirse por tercera ocasión y así alcanzar a gobernar por 20 años, rechazado por previo referéndum y contrariando la Constitución, recibió la recomendación del Ejército de renunciar al supuesto mandato obtenido en las urnas. Luego de renunciar a su cargo Evo fue trasladado en una aeronave de las Fuerzas Armadas de México a nuestra ciudad capital, siendo recibido como dignatario y posteriormente nombrado huésped distinguido. Evo se placea ruidosamente grillando para retornar a la convulsionada Bolivia. Ningún país latinoamericano, cual sea su filiación política, parece quedar exento de revueltas y agitaciones sociales. Es el inesperado caso de Chile, presunto milagro económico en su recuperada etapa democrática luego de Pinochet, donde se ha cumplido un mes de estallidos sociales al compás de “Chile despertó”, clamando por un modelo económico justo y una nueva Constitución, y es que la desigualdad social no se ha reducido al ritmo de la pobreza. Latinoamérica continuará columpiándose.

Analista político

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