Lastimosamente quedará instituido en Estados Unidos de América el 6 de enero como Día de la Insurrección, fecha en que una turba de supremacistas blancos instigados por el propio presidente Donald Trump, asaltaron violentamente el templo de la democracia en Washington: El Capitolio.

El delirio mitómano de Trump escaló a niveles desmesurados, víctimizándose de una supuesta conspiración tramada por envalentonados izquierdistas demócratas para arrebatarle su evidente triunfo electoral, incitando a miles de ultraderechistas convocados frente a la Casa Blanca a marchar al Capitolio, a ser fuertes, a recuperar el país sin debilidad, a luchar como en el infierno porque si no ya no vas a tener país”. El pasado 19 de diciembre Trump publicó una contundente convocatoria por tweeter, señal inequívoca de la premeditación del ataque del 6 de enero; dicho mensaje concluía:

“Será salvaje”. Precisamente en tal fecha al interior del Capitolio el Congreso procedía a certificar a Joe Biden como ganador de la elección presidencial, estando presente el vicepresidente Mike Pence, a quién Trump le exigía obstaculizar el proceso: “ Espero que defienda el bien de nuestra Constitución y el bien de nuestro país, y si no es así, me decepcionaré mucho”. Pence se condujo institucionalmente contraponiéndose a la consigna presidencial, admitiendo la victoria de Joe Biden. Asimismo Pence en su momento se abstuvo a invocar la Enmienda 25 de la Constitución para destituir –y sustituir- a Trump. ¿Y si Pence hubiera secundado a Trump?

El egocentrismo de Trump resultó ser un pésimo consejero, presentarse como víctima de una supuesta conspiración apoyada en la mayor cacería de brujas de la historia para despojarlo de la presidencia, requería ofrecer contundentes evidencias. La soberbia de Trump lo ha instigado a desalojar sigilosamente la Casa Blanca por la puerta de servicio, derrotado en las urnas, silenciado por las redes sociales, repudiado hasta por el establishment republicano y buena parte de sus cercanos colaboradores. ¿Acaso no habría sido preferible apechugar la derrota y transferir digna y solemnemente el poder a su sucesor con la satisfacción del deber cumplido?

Epílogo: La Cámara de Representantes aprobó un inédito segundo juicio político –impeachment- contra el presidente Donald Trump, alcanzado con los votos demócratas más una decena de votos republicanos, por incitar a sus seguidores a la insurrección, induciéndolos a avanzar contra el Congreso, cuando los legisladores se disponían a ratificar a Joe Biden, acción que culminó con el violento asalto al Capitolio.

La consecuencia directa del impeachment contra Donald Trump -que se daría siendo éste expresidente-, sería la desactivación del trumpismo como fuerza política vinculada con el partido republicano y la inhabilitación a Trump para competir por un cargo público. Adicionalmente Trump enfrentará el repudio mayoritario y el rastreo de cuentas en el ámbito empresarial.

En efecto pendular, tras la decepcionante intervención de la fuerza pública en el mencionado asalto al Capitolio, en la próxima ceremonia de cambio de poderes, un inusitado despliegue militar de 15 mil elementos estará alerta para, en palabras del diputado demócrata Seth Moulton, defenderse del comandante en jefe y su turba. La toma de posesión de Joe Biden tendrá como lema principal “Un país unido”. Para simbolizar el espíritu de unidad, tras la ceremonia inaugural, el ya presidente Biden junto con la vicepresidente Harris, los expresidentes Obama, Bush, y Clinton, con sus respectivos cónyuges, colocarán una ofrenda ante la tumba del soldado desconocido en Arlington, como demostración de unidad, reconciliación y saneamiento, en el día de la resurrección.

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