Más que cantar, Emilio Lozoya vomitó la porquería acumulada en el organismo público a lo largo de la última década, embarrando la reputación del gobierno en pleno, dejando un horripilante tufo de inmundicia de un podrido sistema que salpicó corrupción sin límite.

Por más “manita de puerco” que le hayan aplicado al exdirector de PEMEX, cercano colaborador y amigo de quién apenas fue presidente de México, Enrique Peña Nieto, las descripciones del teje y maneje del dinero, el descaro con que se disponía del patrimonio nacional, la facilidad con la que se intercambiaban contratos de obra pública por mansiones particulares para la familia presidencial o su entonces secretario de la Hacienda.

La desfachatez con la que un gañán que gobernaba Veracruz le regala el Ferrari que perteneció a Adolfo López Mateos al primer mandatario de la Nación, mismo que terminando el sexenio formaría parte del Museo Presidencial, en el Estado de México. La ligereza con la que se disponía de bolsas de plástico repletas de efectivo para con su contenido comprar voluntades y aplausos o la aprobación de leyes y reformas estructurales. Finalmente los rumores se disiparon, la Casa Blanca, Malinalco, lo ostentoso, lo frívolo, lo fatuo, el amiguismo, los compadres, los moches, las tranzas, los viajes, los ligues, el manejo de México sobre las rodillas, todo ello podría ser cierto. El cuestionamiento es ¿qué tanto le podemos creer al presionado Lozoya, cuya madre, esposa y hermana quedan como rehenes de la justicia, incluso él mismo?

¿Qué tan resentido puede estar Lozoya para despotricar contra sus otrora aliados, compañeros y amigos, para ocupar en la historia el papel de “rajón”, para quedar mal con los de acá, los de allá y los de acullá.

Lozoya se fue contra 3 ex Presidentes, 3 ex secretarios de Hacienda, 2 ex directores de PEMEX, 4 ex senadores 2 ex candidatos presidenciales, 2 gobernadores actuales, ex y actuales legisladores, secretarios privados, por sobornos y tráfico de influencias cometidos entre 2010 y 2016. De inmediato surgieron airadas respuestas de algunos aludidos, listos a entablar demandas por difamación. Al escuchar la contundencia de las reacciones de los ex candidatos presidenciales Ricardo Anaya y José Antonio Meade -, queda el convencimiento de la integridad de ambos. Sin embargo, alguien miente. ¿ Miente Lozoya dando datos concisos de las cantidades, fechas y lugares de entrega?, ¿mienten los supuestos difamados, molestos y ofendidos, precedidos por amplios historiales, amagando con contrademandar al infamante? Lo cierto es que alguien miente.

Y ahora, ¿qué sigue?, la polarización cabalga, además de neoliberales conservadores contra liberales, añadimos a corruptos contra íntegros. El affaire Lozoya marcará el ánimo electoral en 2021, el vapuleado PRI y el evidenciado PAN difícilmente se desenlodarán. Obviamente, el viento parece que soplará a favor de Morena.

Prevalece la duda del entorno posterior a la caja de pandora abierta por Lozoya. El escenario optimista nos anticipa un país que aprendió la lección, que erradicó de su ADN la corrupción, sin moches, sin dádivas ni siquiera mordidas a un agente de tránsito. El otro escenario, probablemente el factible, nos colocaría en una situación en que la corrupción se sofisticaría, sería menos obvia y desde luego se encarecería. Sería deplorable que no se juzgará con la misma vara los intentos de corrupción dentro de la 4T y peor aun que la futura administración diera cuenta de desviaciones o actos de corrupción en el presente régimen.

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