López Obrador

es un apostador, un político audaz, creativo, desafiante, rudo, lenguaraz y fajador. A medida que el sexenio transcurre, los resultados tardan y el clima se polariza. Andres Manuel aduce, pide tiempo, toma cartas y dobla su apuesta.

Desde sus inicios como dirigente partidista y líder social su tenaz activismo mostró estos rasgos y con los años se hizo un candidato notable, descollante y atractivo lo mismo para sus crecientes partidarios que para sus electrizados detractores.

En el camino ensalzó a su partido, renunció a el, formó parte de otro nuevo, lo llegó a presidir, lo denostó, lo dejo, creó uno mas y lo llevó a la presidencia y a la mayoría legislativa. Cosas veredes, con él guarda hoy la difícil relación del creador con su aun muy joven e informe creatura.

Andrés Manuel es la viva personificación del agitador eficaz, del animador permanente, del apostador osado. Desde la noche del triunfo hasta hoy su activismo sonoro y trepidante no ha cedido un minuto , lo que explica el nivel de excitación y fatiga que se respira por igual entre sus propios, sus opuestos y hasta sus indiferentes.

Sus apuestas no están en los objetivos que persigue, con los que difícilmente se puede discrepar, sino en los medios que día con día ha tomado como SU camino para alcanzarlos. A ojos de los suyos tales caminos son materia de fe, a entendederas ajenas son en cambio motivo de duda o de plano medios inaceptables.

No es aspirar a crecer más del 2% ni acabar con la pobreza, la desigualdad, la corrupción, la impunidad o incrementar la recaudación o atraer más inversión extranjera o asegurar la capacidad energética o generar mayores empleos bien remunerados o desarrollar importantes proyectos de infraestructura o mantener la disciplina presupuestaria lo que divide y polariza;

No es ganarle a la inseguridad y abatir la delincuencia organizada o no y recuperar la paz social perdida, ni apartar a la juventud de las drogas o de las conductas antisociales donde están las discrepancias, al contrario;

No es la salvaguarda del país y su viabilidad en el complejo mundo de hoy, ni tampoco la respetuosa y productiva relación con Norteamérica, Centroamérica y el mundo donde apuntan las diferencias tampoco;

No está en lograr una cada vez mas institucional relación entre poderes y niveles de gobierno ni en erradicar la corrupción dónde quiera que la hubiere, órganos autónomos y sociedad civil incluidos, ni en robustecer las fuerzas del cambio y la capacidad real de los partidos para dar mayor contenido a nuestra democracia ni en establecer una mucho mejor relación entre pueblo y gobierno y entre medios y objetivos nacionales, tampoco ahí.

La discrepancia, la polarización que estamos viviendo radica en muchos de los medios que el Gobierno de la Cuarta Transformación ha ido adoptando para avanzar en la dirección deseada por todos. La lista de esos medios concretos es ya muy numerosa y archiconocida como para detenerse en ella. Esa lista de los medios incluye el Modo Personal de Gobernar de Andrés Manuel que, siendo cotidianamente lenguaraz, desafiante y hasta hostil en ciertos temas con algunos mexicanos, no dejan de ser parte del gran conjunto a quienes el Presidente de México también representa.

Es un hecho aceptado que su Modo Personal fue en gran parte la clave del éxito electoral que le permitió crecer de 14.8 en 2006, a 15.9 en 2012 hasta su descomunal cifra de 30.1 millones en 2018. Sin demerito ninguno de esa hazaña electoral sin precedente, resulta oportuno contextualizarla pues su notable mayoría del 53.2% de los votos emitidos se torna 33.7% de los ciudadanos inscritos para votar y 24.4% de los mexicanos al día de la elección. Mayoría absoluta no es unanimidad y dista mucho de ella.

La Democracia es un régimen de apuestas donde cada candidato ofrece su propuesta y los electores corren, corremos las apuestas y quien gana asume la responsabilidad de materializar la suya y las apuestas se suceden en periodos establecidos. Ese sistema de apuestas es, a decir de Churchill, el menos malo de los métodos para formar gobiernos. En este caso la apuesta de Andrés Manuel está en los Cómos y son estos los que determinan las diferencias pero no dan cuenta de la polarización actual expresada muy claramente en las concentraciones celebradas el pasado día primero. El catalizador de esa polarización está en otro lado y más valdría desactivarlo que al fin, hecha la apuesta, los resultados hablarán por si mismos.

Si el Presidente lograra los objetivos en que hay mayoría holgada se alzaría con un triunfo histórico que nadie podrá rebatirle; de no lograrlo en grado suficiente el perdería de sus votos propios pero más perdería Morena, sus militantes y candidatos, frente a elecciones futuras y más aún perderíamos TODOS los mexicanos al no haber logrado avanzar suficiente en la dirección que ambicionamos.

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