Continuamente nos llegan noticias sobre la presunta peligrosidad del glifosato, noticias tremendistas y de corte apocalíptico que nos hacen temer sobre nuestra salud y seguridad. ¿Puede ser que sea tan peligroso y tan contaminante como dicen? Lo primero que nos debería de hacer dudar es que el glifosato lleva casi 50 años en uso.

Su mecanismo de acción se basa en que inhibe una ruta bioquímica esencial para plantas, pero que no está presente en animales. Esto explica su baja toxicidad, menor que la de la cafeína o de la aspirina. Por lo tanto, la información que habla de su gran toxicidad no es cierta, ya que su toxicidad es bastante baja. Además, la patente caducó en el año 2000 y consecuentemente su precio final es muy barato. Estos dos factores, baja toxicidad y bajo precio, han hecho que sea uno de los herbicidas más usados, tanto en el campo como en el entorno urbano. Entonces ¿de dónde surge la polémica?

Para empezar ¿es cancerígeno? Pertenece a la categoría 2A de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC por sus siglas en inglés), probablemente cancerígeno, por lo que está en la misma categoría que trabajar en una peluquería o que la carne roja. En la categoría 1, cancerígeno, se encuentran además del alcohol, el tabaco y el plutonio, la carne procesada. Por lo tanto, si el argumento es que el glifosato es cancerígeno porque es 2 A, deberíamos prohibir el jamón, ya que se encuentra en la categoría 1, con la diferencia de que el jamón se come y el glifosato no.

La polémica nunca ha existido a nivel científico, solo ha estado en la prensa y en un sector muy concreto y determinado de la sociedad. Toda la mala prensa contra el glifosato es una derivada de la campaña anti transgénicos. Hay plantas transgénicas resistentes al glifosato, y prohibirlo haría que estas plantas no tuvieran ninguna utilidad. El problema es que esta campaña no se basa en argumentos científicos y de cara a los transgénicos es absurda, puesto que existen cultivos resistentes a otros herbicidas como el glufosinato que ocuparían su lugar.

Fue gracias a estudios científicos, y no a la presión popular o a sentencias judiciales, que se prohibieron diversos herbicidas que creaban problemas de salud o ambientales como algunas triazinas, mientras que el glifosato sigue permitido en la mayoría de países puesto que no se han hallado motivos para prohibirlo.

Las diferentes sentencias judiciales, convenientemente publicitadas por grupos ecologistas, no cuestionan su seguridad o impacto para la salud, puesto que esto no lo dictamina un juez, sino su etiquetado. Algunos Ayuntamientos, motu proprio, han decidido dejar de utilizarlo ¿Cuál ha sido el resultado? Más malezas en el entorno urbano, lo que facilita la proliferación de roedores, el mantenimiento de la vía pública y disminuye la seguridad vial, sobre todo para ciclistas o motoristas.

¿Se puede prohibir el glifosato? Lo primero que deberíamos contestarle al que plantee esta pregunta es ¿Y por qué lo sustituimos? Y lo segundo ¿Y cuánto cuesta? Las alternativas al glifosato se han demostrado poco efectivas (como el desbrozado manual o el uso de vapor a presión), peligrosas (como el acético al 20% que utilizaron algunos ayuntamientos en España) y sobre todo, muy caras. Prueba de ello es que algunos municipios como el de Sevilla han optado por revocar la prohibición y volver a utilizarlo.

Por lo tanto, la pregunta no es sí prohibir o no el glifosato, sino ¿quién paga la prohibición?

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