El tono de la retórica se endurecía cada vez más. La Duma y el presidente decían que lo que sucedía en el Donbás, la zona en disputa entre Ucrania y Rusia, era un “genocidio”. Las hipérboles no parecían tener límites. Más tarde diría Putin, al ordenar la invasión, que el propósito era “desnazificar”. Las palabras excesivas e irracionales, la violencia verbal que precedió a la física, nos dan la clave en la historia que estamos atestiguando.

En los primeros días de febrero, después de reunirse con el presidente francés Emmanuel Macron, Putin pronunció las amenazas más brutales, diciendo que nadie saldrá ganador porque Rusia cuenta con un gran arsenal nuclear. “¿Entienden o no que si Ucrania entra en la OTAN e intenta recuperar Crimea por medios militares, los países europeos se verán automáticamente arrastrados a un conflicto bélico?”.

En el discurso en el que explicó a los rusos su decisión de reconocer las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk, dijo que Ucrania es una colonia de marionetas y que aspira a ser una potencia nuclear, sin notar que cuando ese país firmó el Memorándum de Budapest renunció voluntariamente a su arsenal nuclear a cambio de garantías de seguridad (por ejemplo, de Rusia), y que no tiene intención alguna de poseer armamento de Destrucción Mutua Asegurada.

Ya sin poderse contener, soltó lo siguiente: “los ucranianos dilapidaron no solo todo lo que les dimos durante la URSS, sino todo lo que heredaron del imperio ruso”.

Ese es el lenguaje que ha acompañado toda esta escalada. Dijo algo más, al lanzar la invasión: “a cualquiera que considere intervenir desde afuera, enfrentará consecuencias más grandes que las que haya enfrentado en la historia. Todas las decisiones relevantes ya se tomaron. Espero me hayan escuchado”. ¿Se necesita algún nivel de interpretación para ver la amenaza directa de guerra nuclear?

“Rusia es uno de los principales estados nucleares y por algunos componentes modernos incluso supera a muchos. No habrá ganadores y ustedes serán arrastrados a un conflicto contra su voluntad”, dijo también. “No tendrán tiempo ni de pestañear”.

Regresión histórica

Entre quienes mejor han escudriñado a nivel profundo lo que este tipo de palabras indican, más la barbarie que estamos por ver (muertos, heridos, desplazados, sufrimiento masivo) es el historiador Yuval Noah Harari, en un ensayo que escribió a principios de febrero y que resulta esclarecedor sobre el momento en que nos encontramos como especie. En él afirma que el mayor logro político que ha tenido la humanidad, el declive de la guerra, está en peligro con esta invasión. Menciona que hay dos formas de pensamiento, una es la que sostiene que el mundo es “una jungla”, que los fuertes se aprovechan de los débiles y que “lo único que impide que un país acabe con otro es la fuerza militar”.

La otra escuela de pensamiento asegura que esto no es así, y el autor ve pruebas de ello por todos lados, empezando porque en las últimas siete décadas no ha habido ninguna guerra directa entre superpotencias. La mayoría de las condenas después de la invasión hacían referencia a este hecho inaudito, que se creía ya desterrado. “Tenemos una guerra en Europa de una escala y un tipo que pensábamos pertenecía a la historia”, dijo Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN.

En la ONU, la embajadora afroamericana Linda Thomas-Greenfield lo puso también claramente: “Putin dijo que Rusia tiene el derecho de reclamar todos los territorios del imperio ruso, el mismo imperio de antes de la Unión Soviética, 100 años atrás. En esencia, quiere que el mundo retroceda en el tiempo, cuando los imperios gobernaban en el mundo; pero el resto del mundo ha avanzado, no es 1919. La ONU se fundó en el principio de la descolonización, no de la recolonización”.

Seguramente los editores del New York Times estaban igualmente estupefactos por lo sucedido cuando escribieron: “una invasión no provocada de un Estado europeo soberano es una declaración de guerra a una escala, en un continente y en un siglo en el que se pensaba que ya no era posible”.

Revisionismo

Al hablar de la transformación que ha experimentado la humanidad en contra de la guerra, Harari afirma que el cambio “verdaderamente tectónico” es el cultural. Durante milenios (“desde Sargón el Grande hasta Mussolini”) se vio a la guerra como algo positivo, que traía gloria a quien la efectuaba. “Sin embargo, en las últimas generaciones, por primera vez en la historia el mundo ha sido dominado por élites que ven la guerra como algo cruel y evitable. Los líderes suelen llegar al poder con sueños de reformas internas más que de conquistas extranjeras”.

Simplemente no es cierto que la fuerza militar por sí sola impida que Brasil conquiste Uruguay o que España invada Marruecos, ejemplifica, a lo que nosotros podemos agregar: o que Estados Unidos engulla a México. Para muchos países (¿casi todos los países?), “ser invadidos y conquistados por los vecinos se ha vuelto casi inconcebible”. El autor de Sapiens y Homo Deus cita diversas estadísticas y hechos concretos, pero asegura que, más que otra cosa, es un cambio en la psicología colectiva. “No fue el resultado de un milagro divino o de un cambio en las leyes de la naturaleza, sino de que los humanos tomaran mejores decisiones. Podría decirse que es el mayor logro político y moral de la civilización moderna”.

Sin embargo, esto es claramente reversible. “Para disfrutar de la paz, necesitamos que casi todo el mundo tome buenas decisiones. Por el contrario, una mala elección por parte de un solo bando puede llevar a la guerra”. De manera indirecta, Harari se refiere a las ambiciones imperiales de Putin: “si la ley de la selva es una elección y no una fatalidad, cualquier líder que decida conquistar a un vecino pasará a la historia como el hombre que arruinó nuestro mayor logro. Justo cuando pensábamos que habíamos salido de la jungla, nos volverá a meter en ella”.

Los editores del Times escribieron también: “todo esto deja claro que el ataque de Putin no es principalmente sobre la OTAN o la seguridad. Se trata de su noción xenófoba, imperial y equivocada de que Ucrania es un apéndice de Rusia, su independencia una casualidad histórica y sus gobernantes unos usurpadores”.

Ciertamente hay una discusión sobre qué papel jugó occidente al permitir la expansión de la OTAN. La lógica de la guerra fría, en un bando como en el otro, debió de quedar superada en algún punto. Hoy en día lo que requiere la humanidad es cooperación ante las amenazas existenciales que nos son comunes, como el cambio climático, no fantasías imperialistas.

Es verdad que un presidente como George W. Bush inventó una guerra ilegal que significó una desgracia para Irak, pero eso también es parte del pasado, de eso que la humanidad debe dejar atrás. También es cierto que otro líder delirante y tóxico como Donald Trump sacó a Estados Unidos del pacto nuclear INF, pronunciando además las indecentes y peligrosas palabras de que nadie podrá nunca igualar en fuerza a Estados Unidos y que siempre será el más fuerte del vecindario.

Si Ucrania llegara a formar parte de la OTAN (algo altamente improbable pese a la invitación que desde 2008 le hizo esa alianza), ciertamente estaría blindada por el artículo 5, que obliga a todas las partes a defender a un socio cuando es atacado. Pero todo lo que está pasando jamás debió de haber sucedido, puesto que esa alianza tiene carácter eminente defensivo, no ofensivo. Y, lección de historia para el revisionista Putin, las repúblicas que se separaron de la URSS lo hicieron por una urgencia de alejarse de su asfixiante y criminal dominación (basta revisar en los libros de historia lo que significó el Holodomor).

Los países que buscaron la entrada a la OTAN lo hicieron como defensa ante un potencial enemigo con instintos expansionistas (mismos que ha desatado con esta brutal agresión, pero también con la que llevó a cabo contra Georgia). Cuando Ucrania decidió virar hacia Europa, el Kremlin operó para que no lo lograra, intentando manipular aún más al presidente prorruso Yanukóvich, aún si eso significaba decenas de muertos en las calles de Kiev. Finalmente, la revolución del Maidán llevó a que Putin tomara ilegalmente Crimea y, hoy, a lo que estamos observando.

“Los analistas e historiadores debatirán durante mucho tiempo si las quejas de Putin tenían bases reales, si Estados Unidos y sus aliados fueron demasiado arrogantes al ampliar la OTAN, pero no hay absolutamente ninguna justificación para una invasión descarada de un vecino más débil”, finalizaba el editorial del New York Times del “día después”. El que ve enemigos por todas partes, quien distorsiona la historia y cancela las instituciones que la recuperan (como sucedió con Memorial, la organización que reveló los crímenes de la era soviética y que fue culpada de manchar el “glorioso pasado” de la URSS), el que tiene delirios imperiales, quien aplasta la disidencia y utiliza la retórica más incendiaria posible resulta ser, además, un hombre que concentra un poder casi absoluto en una potencia nuclear.

Es por ello que ni los países europeos ni Estados Unidos mandarán efectivos al terreno, y por lo cual, con la excepción de las sanciones y algo de armamento, Ucrania será dejada a su suerte…

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