Las manifestaciones recientes de las organizaciones que protestan por el terrible incremento que se ha dado en los últimos meses de los casos de violencia en contra de mujeres y niñas, han traído a la discusión pública uno de los temas más sensibles y dolorosos de la agenda nacional. Mi reconocimiento a todas las mujeres que han levantado su voz y están dando la cara para exigir que en nuestro país se ponga fin a la violencia contra la mujer. Es una situación ofensiva que no debemos seguir tolerando como nación. No voy a repetir aquí estadísticas que se han difundido hasta el cansancio, prefiero hacer algunas reflexiones.

¿De qué ha servido que el Estado mexicano haya ratificado diversos instrumentos internacionales para prevenir y eliminar la violencia en contra de las mujeres? Destaco tres de ellos: la Convención sobre la eliminación de todas las formas de dis criminación contra la mujer, aprobada en la Asamblea General de la Naciones Unidas en 1979; el Protocolo Facultativo de dicha Convención, aprobado en 1999; y, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer, de 1994.

En nuestro país está vigente desde el 2007, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Corresponde al Estado garantizar ese derecho. Pero, si vemos las estadísticas de lo que está sucediendo en nuestro país, parece que dicha ley es “letra muerta”. Las manifestaciones de violencia contra las mujeres y las niñas, aunque varían de un contexto social, económico, cultural e histórico a otro, siguen siendo una realidad devastadora a lo largo y ancho del país. A veces pareciera que en México el simple hecho de ser mujer ya trae aparejada una desventaja. No hemos podido acabar con estereotipos tan despreciables como el machismo y, lo más doloroso e indignante, las mujeres siguen siendo víctimas de agresiones de todo tipo, solamente por el hecho de ser mujeres. Debemos estar conscientes de que la única manera de combatir con eficacia la violencia en contra de las mujeres es atendiendo todas sus formas, pues es un problema social que afecta los espacios vitales de hombres y mujeres y que se origina de un aprendizaje en el hogar, en la escuela, a través de los medios de comunicación y en la calle. En la medida en que hombres y mujeres aprendan, desde la más temprana edad y a través del ejemplo en la familia, que existen formas no violentas de resolver conflictos, podrán rechazar la violencia en la escuela, en el trabajo y en su vida cotidiana.

La eliminación de la violencia contra la mujer es uno de los desafíos más grandes e imperiosos de nuestros tiempos. Todo el mundo tiene la responsabilidad de actuar ante la violencia. Se requiere un cambio cultural en el que todos participemos: gobiernos y sociedad. Todos y cada uno de nosotros tenemos el deber de apoyar y mantener un entorno político y social en el que no se tolere la violencia en contra de las mujeres y las niñas, en el que los amigos, los familiares, los vecinos, los hombres y las mujeres intervengan para impedir que los autores de esos actos de violencia queden impunes. Las autoridades de los tres órdenes de gobierno lo que deben de hacer es reconocer que hay un gravísimo problema y actuar en consecuencia. Mientras persista la desigualdad y el maltrato a las mujeres, México no podrá salir adelante.

La lucha por hacer valer los derechos fundamentales de las mujeres en México, la lucha por lograr su plena igualdad e inclusión en la vida política, económica, social y cultural del país que venga a poner fin a la violencia en su contra y acabe con la impunidad, debe ser la lucha de todos. Nada me gustaría más que pertenecer a una sociedad que está dispuesta a cambiar, y está haciendo todo para tener una verdadera cultura de respeto y oportunidades para las mujeres en un entorno libre de violencia.

Abogado.
@jglezmorfin

Google News

TEMAS RELACIONADOS