El principal atractivo, como entretenimiento de calidad, de la “película literaria”, subgénero del cine de arte, es no ser predecible. Esto se logra con pocos elementos: buen argumento, actores solventes y propuesta clara como espectáculo. No siempre es algo que funciona.

Basada en la obra de teatro Vita y Virginia (1992) de la veterana actriz Eileen Atkins, que reinterpreta la correspondencia privada entre la mejor escritora inglesa del siglo XX, Virginia Woolf, y la frívola aristócrata autora de éxito Vita Sackville-West, la versión cinematográfica que la británica Chanya Button convirtió en su segundo filme, Vita & Virginia (2018), fue un completo chasco comercial. Con razón.

Disponible entre la creciente oferta que varios sitios ponen a disposición de los interesados en esta cuarentena, es una “película literaria” que pudo ser absolutamente genial. No lo consigue.

Los elementos están ahí: la correspondencia explosiva de dos mentes privilegiadas sosteniendo una relación emblemática, el ambiente de la Inglaterra de entreguerras, las peculiares amistades del conocido grupo Bloomsbury, el matrimonio abierto de cómplice bisexualidad entre Vita (Gemma Arterton, muy exhibicionista para un papel que exigía cierta malicia pero enorme discreción) y el diplomático Harold Nicolson (Rupert Penry-Jones); una crisis creativa de la Woolf (Elizabeth Debicki, fría, sin pasión) vivida junto a su esposo Leonard (Peter Ferdinando), y cómo todo esto ayuda a crear una de las novelas más desconcertantes de todos los tiempos, la magistral Orlando, publicada en octubre de 1928.

Este proyecto tuvo diversas dificultades desde el principio: cambió de directora y protagonistas, la autora y coguionista insatisfecha con el resultado —pidió sin éxito retirar su crédito en pantalla—, y la directora Button, de excelentes credenciales teatrales, comprendiendo la historia ¡hasta el tercer y último acto!, el más asfixiante, donde, al menos, se producen unos cuantos minutos de gran cine.

Gracias a la ágil media hora final, Vita & Virginia se sostiene como introducción válida para comprender una novela con vitalidad e imaginación, lo que jamás captan las insípidas imágenes del resto de esta “película literaria”. Fracasa al desperdiciar sus elementos fundamentales y ser nomás un pretencioso melodrama sentimental.

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