Para su décimo filme, Érase una vez un genio (2022), George Miller (de la saga Mad Max) recobra lo que experimentó con éxito en Las brujas de Eastwick (1987): una fábula moral para adultos basada en literatura de prestigio.

Adaptando un elegante relato de A. S. Byatt, el guión de Miller & Augusta Gore cuenta cómo la narratóloga —una especialista en textos literarios‑, Alithea (Tilda Swinton), descubre un djinn, un genio (Idris Elba), atrapado en un souvenir.

Al liberarlo le corresponderían, claro, tres deseos.

Sabiendo qué sucede, ya que cuentos parecidos abundan en todas las culturas, Alithea, ¿qué pedirá? ¿Sorteará el dilema de esos deseos que pueden significar el peor fraude?

La ingeniosa respuesta pone al día Las mil y una noches.

Como el genio tiene mucho que contar, Alithea pospone su decisión una y otra vez, envolviendo así al público.

Esta producción, hecha de varios micro relatos, al interior del gran relato que representan Alithea y el genio, despliega una hipervisual imaginación —foto lucidora de John Seale en dispares sets—, tal cual es el estilo del director, con lo que mantiene el suspenso hasta volver inevitable lo que tiene, o no, que suceder.

Miller filma esta narración jugando con expectativas al estilo hollywoodense de temáticas desusadas tipo El ladrón de Bagdad (1940), Aladino y la lámpara maravillosa (1945) y La alfombra mágica (1951). Eso sí, sosteniéndola con tono adulto.

La circunstancia, de supuesta solución fácil, Miller la hace dinámico espectáculo que se ve igual que leer sin pausa un libro absorbente.

Érase una vez un genio (Three thousand years of longing), justo por su corte clásico y tradicionalista, reinventa y transmite el asombro de una fantasía más vigente de lo que parece.

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