La violencia fílmica, género que se produce con fines catárticos, refleja el espíritu de su tiempo.

Es un ejercicio liberador, políticamente incorrecto, que recurre al abuso. Por lo mismo, tiene éxito de público.

Su mejor ejemplar reciente es la saga sobre John Wick.

El mismo equipo conformado por el productor David Leitch y el guionista Derek Kolstad, al que se suma el inventivo y desatado director Illya Naishuller, ya en su segundo filme, entrega Nadie (2021), que perfecciona el modelo Wick desde una perspectiva naturalista; ya no es un mundo criminal paralelo el representado: es el cotidiano de cualquier lugar.

Llena de impresionante inventiva visual, Nadie cuenta la singular historia de un verdadero ser anónimo, un genuino Don Nadie que, en apariencia, es modesto y tibio.

Hutch (Bob Odenkirk) decepciona a su familia, en especial a su esposa Becca (Connie Nielsen), al ser demasiado pasivo durante cierta circunstancia. Parece tener atole en las venas y no sangre.

Pero lo que hierve dentro de Hutch, cuando se desborda, provoca una bola de nieve infestada de odio y resentimiento. Y para sobrevivirla se entrega justo a lo que quiso evitar: la violencia.

Naishuller aprovecha cada elemento, empezando por el protagonista, actor más conocido por papeles televisivos, de reparto, con cierta presencia y habilidades interpretativas hasta ahora desconocidas; se alza como inesperado antihéroe de acción.

Es así que el tradicional hombre común y corriente se cobra la justicia por mano propia; enfrenta, fuera de la sociedad y la ley, un poder delincuencial que comete el error de menospreciarlo.

Si algo sabe IllyaNaishuller es dirigir una puesta en escena impecable, que cuenta aquí con ayuda del ultradinámico fotógrafo Pawel Pogorzelski.

Con ella crea una eficaz, estilizada, trágica, pero a la vez cómica ópera-ballet sobre una delirante atrocidad. Se dice que “los mansos heredarán la tierra”. Este filme asegura que no.

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