Días enrarecidos. Una sanguinaria organización criminal coincidió con el presidente López Obrador en la manía de hostilizar la práctica de los derechos informativos y de la libertad de expresión. Y 48 horas después de la irrupción pública —y amenazante— de la delincuencia en la batalla por controlar contenidos de medios, no hay un deslinde de Palacio Nacional, ni una condena contundente a las amenazas del Cártel contra una periodista y varias empresas informativas. Ni siquiera el anuncio de una investigación judicial se ha dado a conocer. Sólo una rutinaria expresión de solidaridad con Azucena Uresti, con la promesa de darle protección, pero sin mencionar a los medios también hostigados. Hay una convergencia en los discursos del poder político y del poder criminal. Los dos condenan a los medios por los asuntos que publican y por cómo los publican. Y los dos lo atribuyen a reparto de dinero de adversarios de sus causas respectivas.

En estos días enrarecidos, el presidente ha dejado también pasar horas valiosas sin detener convincentemente especulaciones y rumores sobre cómo materializará su menosprecio por los ministros de la Corte y su deseo de que se vayan todos los magistrados del Tribunal Electoral. Se habla incluso del plan de disolver la Corte, como se lo planteó Ciro Gómez Leyva en entrevista al ministro Zaldívar. Quizás fantasías, como le respondió el ministro a Ciro. Pero, finalmente, fantasías verosímiles en una conversación pública congestionada de descalificaciones presidenciales que ubican en la podredumbre al sistema judicial.

Despertar. Si este enrarecimiento del espacio público es un efecto no deseado de un estilo anacrónico de dominio por el asedio verbal, la injuria, la excitación permanente de la sociedad, o simplemente de la incontinencia oral, sería el momento de parar. Si la indulgencia con las organizaciones criminales fue una apuesta genuina, es el momento de darla por perdida. Si se consideró que el miedo iba a acabar con la independencia de jueces, magistrados y ministros, la defenestración del hombre del régimen en el Tribunal Electoral y la negativa a extenderle el periodo al único posible presidente de la Corte, según AMLO, tuvieron que despertarlo de sus fantasías de poder absoluto en una nueva república de frenos y contrapesos.

¿Fantasías improbables? En fin, si el presidente decide enmendar la ruta, está apenas a tiempo. En tres semanas viene el mensaje correspondiente a su tercer informe constitucional, el de la mitad del camino. ¿Y si en lugar de una previsible fantasía triunfalista para maquillar los fracasos decide sorprender con una reconversión de su liderazgo, ya no carismático, sino democrático? Otra fantasía, acaso improbable. Pero lo que quizás no podría eludir el presidente es la necesidad de un deslinde contundente, al que se ha resistido, con las organizaciones criminales. Sería clave para poner fin a sospechas y recelos de dentro y de fuera sobre esa misteriosa relación que hoy asocia los discursos de un cártel con los del régimen contra los derechos informativos y la libertad de expresión.

En este punto, le resulta asimismo urgente al discurso presidencial invertir los mensajes que cada día más lo ubican en confrontación con las libertades democráticas desarrolladas en México en las últimas décadas. Porque, con o contra el régimen, se seguirán embarneciendo los roles de vigilancia y crítica del poder por parte de los medios. Se vislumbra la urgencia de un acuerdo para asegurar la integridad de las acosadas instituciones de la democracia —INE, nuevo TEPJF, INAI—, la independencia del Poder judicial y un congreso más equilibrado para cumplir sus funciones en nuevas cotas de calidad legislativa, de fiscalización y de deliberación. Fantasías quizás improbables para el régimen, pero no para la sociedad.

Profesor de Derecho de la Información.
UNAM

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