Punteros reprimidos. Las supuestas conferencias de prensa llamadas mañaneras se parecen cada vez más a los ‘noticieros’ oficiales de las dictaduras, con ataques sistemáticos a críticos y opositores por un conductor que, en nuestro caso, es también el declarante único, el comentarista y el presidente de la República. Todos los roles de la comunicación monopolizados por una voz suprema. Un atracón propagandístico con sus coros de invitados incondicionales y paleros. El lunes, sorpresa: la mañanera devino mañanitas a las madres, como en la tele mexicana de hace medio siglo, una breve tregua en la febril embestida cotidiana del presidente contra el que se atraviese a su proyecto de acumular y perpetuar su poder. El martes, vuelta a las andadas como agresivo contendiente electoral, contra la Constitución, esta vez apostado en los aparatos represivos estatales para derribar a los candidatos que van delante de los de su partido en la intención de voto. El show se vuelve represión con alevosía y mordaza.

Rezago oficialista. Pero a mayor abandono de las funciones de gobierno para forzar su triunfo en la elección dentro de tres semanas, mayor rezago de su partido en las encuestas. Su prioridad electoral sobre el rol de líder de una nación en crisis, lo condujo a una calculada distancia de la tragedia de Tláhuac. Aproximarse al reclamo –tal vez pensó– no le daría votos, sino le quitaría, como de cualquier manera ocurrió. Grave, la preocupación por un gobernante que ignora por días el drama de docenas de muertes evitables, y el también evitable deterioro de cientos de miles de personas que agregan ahora tres o cuatro horas de su jornada sólo para desplazarse a la lucha por la vida. Pero acaso más alarmantes resultan los deslices y las intenciones que asoman entre los dichos presidenciales de estos días.

Independientes en extinción. El monopolio del control de la agenda pública hace más evidente el descontrol de la conducta y la expresión del presidente. Pero, bajo sus deslices, resulta ya inocultable su proyecto de condenar a la extinción todo contrapeso de información y análisis independientes del régimen. Los ataques sistemáticos a medios, periodistas e intelectuales, buscan atemorizarlos con el odio social sembrado desde Palacio, aniquilar su influencia y ahuyentar anunciantes –sostén de sus empresas– acosados por el fisco y otros resortes coercitivos. Asimismo, por aberrante o risible que vea el mundo la nota diplomática de ‘denuncia’ de transferencia de fondos de origen estadounidense a organizaciones civiles como Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, acusada de ‘golpismo’ y ‘traición’ por recurrir al amparo contra violaciones constitucionales, el régimen no parece cejar en su voluntad de cegar toda fuente de información alternativa al ‘noticiero’ mañanero, por la vía de clausurar todo sustento financiero a estas iniciativas sociales.

Freud vive. Más fuera de control que de costumbre se ha visto el lenguaje del presidente incluso antes del derrumbe del Metro. Avaló el reporte del anterior representante de Estados Unidos sobre un argumento de Palacio para dejar hacer al crimen: combatir al narco nos llevaría a un Vietnam. Alucinante argumento según el cual las bandas criminales serían los vietnamitas, AMLO sería Johnson o Nixon y estaría admitiendo desde ahora su derrota ante enemigos invencibles: los cárteles y el vietcong. Todavía más fuera de control resultó el resbalón de mandar “al carajo… esa hipocresía” que hubiera sido acudir al escenario trágico de Tláhuac. O sea, conforme al significado de la palabra hipocresía, ir significaría fingir sentimientos (de compasión y solidaridad) contrarios a los que realmente alienta por víctimas y deudos. Freudiana: un acto fallido aflora expresiones contrarias a la intención consciente.

Profesor de Derecho de la Información, UNAM

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