Falsa alarma real. La decisión anunciada por el presidente López Obrador de formalizar por decreto del Ejecutivo la militarización total de las funciones policiales de la Guardia Nacional, contra lo establecido en la Constitución, forma parte, al parecer, de una determinación mayor: la de culminar en los siguientes dos años la edificación de una fortaleza de seguridad para un proyecto de poder personal. Y sea que hayan mal informado al habitualmente bien informado columnista Mario Maldonado, o que su adelanto en redes haya abortado el nombramiento de María Elena Álvarez-Buylla como secretaria de Educación —por el rechazo general al expediente negro de su gestión en Conacyt— todo indica que el presidente elegirá entre prospectos del mismo perfil: el de comisaria política para garantizar el adoctrinamiento de niños y jóvenes y perseguir exponentes de la ‘ciencia neoliberal’, de acuerdo a la cartilla de la ahora no designada como titular de la SEP. En rigor, no fue una falsa alarma. El peligro sigue siendo real y, en buena hora, el adelanto periodístico desmentido debería concitar el más profundo debate sobre el presente y el futuro de la educación en México.

Una lectura escalofriante. Guardadas las proporciones, quien aquí les escribe vivió una lectura escalofriante de los pasos dados por el presidente Xi en China, ineludiblemente realizada con el fondo del actual debate mexicano. Se trata de un reportaje publicado el fin de semana en The New York Times, a cargo de Chris Buckley y Steven Lee Myers, sobre la construcción de un poder centralizado y concentrado en una persona, como no se veía desde Mao, sostiene la investigación. Y es que en México ya es largo el camino recorrido por AMLO para a llevar a marcas tristemente históricas el absolutismo presidencial mexicano, ahora más próximo a las nuevas y viejas dictaduras a escala universal.

Un caprichoso mandarín. La extensión discrecional del manto de la seguridad nacional sobre zonas crecientes de la deliberación pública no se agota en la decisión de suspender de hecho las garantías de la ley de amparo. El problema mayor se presenta cuando la seguridad nacional se usa como antídoto para la inseguridad en el mando de los dictadores. En China, el presidente dice pertrecharse —por seguridad nacional— ante un mundo decidido a frustrar o boicotear política, económica, social, militar y tecnológicamente a su régimen y a su gigantesco país. Mientras el presidente de México dice pertrecharse frente a conservadores y traidores (los representantes de la legalidad) determinados a sabotear, acusa, la transformación. También se dice víctima de intereses decididos a frustrar su proyecto energético, que él mismo pasó por alto al suscribir la inserción de México en la economía de América del Norte. Para él, la crítica ciudadana apenas oculta un afán del mundo del privilegio por boicotear su proyecto en curso de capitalizar, fortalecer, empoderar e involucrar a los militares en la gestión del gobierno y en la deliberación pública. Y en la academia se esconden, para él, las fuerzas externas que lo quieren ver perder la guerra contra la enseñanza y la investigación ‘neoliberales’.

Paralelismos. Como el de México, el presidente chino también acusa el intervencionismo de la USAID por financiar organizaciones civiles. En China, las autoridades educativas siembran en los niños el temor y el rechazo al mundo exterior. Y habrá que ver los nuevos libros de texto de por acá. Las universidades de allá son presionadas para que observen y reporten problemas ideológicos entre profesores y estudiantes, como los que aquí ya ha ‘denunciado’ el presidente. Como allá, hay aquí también un estrecho monitoreo de los críticos en línea, una supervisión confesada aquí por el propio presidente. Sí. Una lectura escalofriante.

Profesor de Derecho a la Información, UNAM

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