Reunión de Gabinete: expectación mundial

Ojalá tras la reunión de gabinete de ayer se produzca un cambio radical en la actitud del presidente respecto de la pandemia. Y es que la respuesta que se espera de los gobiernos en estas condiciones es salvar vidas, no negar el peligro, como una vez más lo hizo el presidente en Guerrero. Ni salvar cara, como lo intentó en las mañaneras que siguieron a sus desfiguros guerrerenses. Ni pretender ganarle el establecimiento de la agenda pública a la manifestación nacional de una crisis sanitaria global. Ni regatearle recursos a la detección del virus en nuestro territorio, ni a la contención de su avance ni a la atención de las víctimas. La expectación rebasa nuestras fronteras igual que la preocupación mundial que despierta en este caso la conducta mexicana. Y dentro de nuestras fronteras, no sería la primera vez que la gestión acertada o fallida de una crisis defina el destino de un gobierno.

Las conductas y los dichos presidenciales ante el impacto en México de la emergencia del Covid-19 presentaron hasta ahora un cuadro de emociones alteradas, en el nivel de análisis más superficial, por la alta visibilidad de la crisis, como ocurrió semanas antes con la insurgencia feminista. No sólo ha perdido el presidente en estos episodios su autocrático monopolio del dictado de la conversación pública, sino también dos dígitos de aprobación a su desempeño. Y, ya en otro nivel, en el caso de la pandemia, el golpe emocional radicaría en que los efectos de las decisiones presidenciales que nos llevaron al decrecimiento económico, se potenciarán con la epidemia para cancelar toda expectativa de crecimiento y creación de empleos, al menos en el primer tercio o la primera mitad del sexenio.

Por otra parte, la prioridad de salvar su imagen, lesionada por sus reveses económicos, habría hecho al presidente postergar medidas más firmes y oportunas frente a la peste, por temor a sus efectos en el agravamiento pronosticado de la recesión. Y también por sus costos, que él supuso hasta hoy que podría reducir al mínimo y financiarlos con más recortes a las dependencias, para no quitarle recursos a sus clientelas electorales ni entrarle a una reforma fiscal. Y esta escasez anunciada puede conducir a un escenario italiano de insuficiencia mortal de camas y equipos de terapia intensiva.

Golpes a la confianza pública

Por lo pronto, escenas grotescas aparte, su frenética gira de fin de semana pareció una carrera contra el tiempo para borrar la pandemia de las mentes y volver a encabezar la agenda. Y sí logró marcar la conversación pública, sólo que con referencias negativas a su sobreactuado contacto físico con personas vulnerables y su voluntarista profecía de que las pandemias no nos harán nada. Las imágenes en caminos y pueblos muestran a un presidente reventador de las mínimas líneas de comportamiento social que ha tratado de establecer su propia autoridad sanitaria. Y, acaso lo más grave para el futuro inmediato, el menosprecio público a las medidas de su gobierno va contra una condición esencial de una apropiada gestión de crisis: preservar la confianza pública y el control de las decisiones y las informaciones en la institución a cargo de atender la contingencia.

¡Sálvese quien pueda!

Si el presidente se pitorrea de ese órgano de gestión de la crisis, no debe extrañar el desbordamiento de iniciativas para contener la crisis cada quien en su ámbito. También pretende salvar cara al acusar a adversarios y medios de politizar la pandemia, al tiempo que no hay día que no politice él mismo la crisis con acusaciones pueriles. O, más grave, al contaminar de fanatismo político-religioso al hasta ese momento vocero eficaz de la emergencia: otro golpe a la credibilidad del régimen como gestor de la crisis.

Profesor de Derecho a la Información.
UNAM

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