Lo malo son los obituarios

Su enorme pero extenuado corazón no resistió más, como los corazones de otros héroes románticos del arte, la cultura popular y la vida. La vida que esos héroes ofrecen desde hace más de dos siglos en el intento de ver materializados sueños e ideales. O, como lo hizo Armando Manzanero desde su primer álbum, de 1967, en la empresa de vivir y hacer vivir los delirios del amor en el bolero, casi siempre en clave hiperbólica: “Que puedo irme mañana mismo de este mundo / Las cosas buenas ya contigo las viví / Y contigo aprendí / Que yo nací el día en que te conocí”. Lo malo son los obituarios: reducen la vida del héroe romántico a una historia de éxito de libro de autoayuda: la negación de los desvelos, crisis, desvíos, caídas y renacimientos en la inmortalidad del héroe romántico.

Pero hay algo peor que las historias de superación personal de las notas necrológicas en los medios: el alarde propagandístico de la apropiación del icono popular por el poder. Porque el Presidente no se identificó el lunes con el artista: fue el héroe el que apareció forzado a identificarse —indefenso— con la figura presidencial. López Obrador no le rindió tributo a Manzanero. Fue Manzanero quien, apenas unas horas después de su muerte, fue conducido a la mañanera —en la palabra presidencial— a tributar su apego a la prédica del mandatario.

Allí nos enteramos por AMLO de que Manzanero era, a imagen y semejanza de AMLO, “muy sensible en el tema social”. Y de que su grandeza se desvanece ante la grandeza de quien lo invoca y recuerda que alguna vez criticó el derroche de un presidente centroamericano que lo contrató para cantar en una fiesta. ¡Viva! Manzanero, con la ‘austeridad republicana’. Un héroe subordinado al culto al Supremo. Al final, la entonación por Manzanero de Adoro en el audio de palacio. Menos que homenaje a su autor, un capítulo más de la adoración cotidiana al oficiante, que recibe complacido el aplauso solicitado para el grande de la canción romántica.

Parece que fue ayer

El uso instrumental de las celebridades por los poderes viene de antes. Si, de antes del ‘neoliberalismo’ y después del ‘neoliberalismo’. No hay cambios. La caída —involuntaria— del romántico Manzanero en la instrumentalización arrolladora del poder de hoy, remite a la composición —voluntaria— del músico, por encargo, para un aniversario de bodas del presidente Díaz Ordaz. Fue después de la matazón de Tlatelolco, por lo que nuestro héroe sucumbió en la sensibilidad juvenil de finales de la década de 1960, como suelen sucumbir y levantarse los seres reales. Pero el título de aquel bolero, Parece que fue ayer, remite a su vez al hoy, con los intentos de palacio por hacer suyo algo de la gloria del artista.

Porque tus errores me tienen cansado

No conozco estudios de recepción de la obra de Manzanero. Pero la relación de desencuentros de pareja en No, con legiones coreando cada uno de los ‘nos’ contundentes en la voz de Carlos Lico, parecía extrapolarse en los sesentas al divorcio de las clases medias con el sistema político: “No, aunque me juraras que mucho has cambiado”. O, ”No, porque tus errores me tienen cansado”. Premonición y advertencia de ayer y hoy. Luego viene esa otra relación de cotidianidades que llevan a extrañar al, o a la, ausente, rematada con un verso desnudo, inerme: “Por lo que quieras, no sé, pero te extraño”. Y está la pieza de mayor longevidad y conexión con la narrativa y el sentimiento de los seres comunes, rasgo de los románticos de todos los tiempos, la más que cincuentenaria Esta tarde vi llover, un registro fiel del hombre solo frente a la lluvia, asaltado por una incertidumbre feroz: “Yo no sé cuánto me quieres / Si me extrañas o me engañas/ Solo sé que vi llover / Vi gente correr / Y no estabas tú”.

Profesor de Derecho de la Información, UNAM