A Ana

El argumento de las vallas. Con admirables reflejos, el cerco de Palacio fue colocado por las organizaciones feministas en el centro del debate y en el eje de una narrativa vigorosa, frente a las fatigadas teorías conspirativas reactivadas por el presidente en su intento de hacer pasar el más trascendente fenómeno sociocultural —planetario— de lo que va del siglo, como producto de la manipulación de “conservadores” que lo quieren dañar en defensa de sus privilegios. De hecho, sin las pulsiones criminales del Estado mexicano de seis décadas atrás, circulan en redes equiparaciones de la actitud de AMLO frente a las mujeres, con la de Díaz Ordaz ante la insurrección juvenil del 68, también de alcance planetario y también atribuida a la manipulación de ‘enemigos’ de la patria encarnada en el presidente: en aquel entonces, la conspiración ‘comunista’.

Afirmó el presidente que amuralló Palacio para evitar se vandalizara por las mujeres en lucha. Pero si de vandalizar hablamos (o sea, de “maltratar… un bien público”, de acuerdo a la Academia), el debate abierto por las vallas de acero se deslizó a otro maltrato: el que le habría caído encima a este bien público a raíz de haberlo reconvertido en vivienda privada. Esta es la percepción avivada en los nuevos códigos culturales puestos en acción a propósito del Día Internacional de la Mujer: “El Presidente mandó sitiar su palacio, donde se siente rey, soberano”, le dijo Yolitzin Jaimes, vocera del colectivo nacional feminista, a Pepe Cárdenas. Un soberano en su palacio con dominio pleno sobre todos los del reino. Más en los símiles de la vida cotidiana, Raymundo Riva Palacio sugirió que AMLO mandó bardear palacio: su casa y oficina. Poco pudieron los controles de daños oficiales al tratar de exhumar la idea de pertenencia común del inmueble a todos los mexicanos. Y es que una impresión extendida lo ubica bajo la posesión y el usufructo del portador de una empresa particular, la causa electoral del presidente para la perpetuación en el poder por sí o por sus allegados.

En este punto no faltan quienes hablan de patrimonialismo: ese concepto acuñado —con la misma raíz de patriarca— para denotar la tendencia a usar el patrimonio público como propio, o a transferir bienes públicos al aprovechamiento particular. El argumento de las vallas fue un mentís a la supuesta pertenencia colectiva de un palacio de todos. Fue un mensaje de exclusión a todo aquel no llamado a venerar al gobernante en el reino de los otros datos.

Plataforma de hostilidades. Pero otra exclusión hostil venía de antes: desde la decisión patrimonialista de reducir un ala de palacio a set multimedia para escenificar y transmitir funciones diarias de propaganda sectaria con frecuentes mensajes de intolerancia y división. De cualquier parte que hayan provenido los provocadores del lunes con sus, por fortuna, aislados conatos de violencia, hay que rechazarlos. Pero en medio de la polarización fomentada y celebrada por el presidente, los actuales moradores de palacio lo han despojado del mito del solar común al convertirlo en plataforma de lanzamiento de hostilidades a quienes no piensan como ellos. Han dejado a la fortaleza expuesta a los movimientos de reivindicación de los hostilizados y excluidos. Cuidado.

Otro idioma. Por lo pronto, la estética y la creatividad de la expresión feminista medular mostró una vez más: no tener cabida en los viejos códigos de control redentor, dadivoso de masas empobrecidas; resistir aprestos para su eliminación moral (por el control alevoso de un sistema de comunicación pública ‘patrimonializado’ y dirigido contra críticos y oposiciones), y mantenerse fuera del alcance de extorsiones como las impuestas a ricos aturrullados y a políticos perdidos entre su ambición y su biografía. Ellas hablan otro idioma.


Profesor de Derecho de la Información, UNAM

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