Por la ruta de la intolerancia. De pronóstico reservado se avizora el desenlace de la campaña de ataques a la UNAM encabezada por el presidente López Obrador. Sobre todo, a la vista del antecedente del desenlace de las expresiones hostiles del presidente Díaz Ordaz —unas públicas, otras, intencionadamente trascendidas— sobre nuestra emblemática casa de estudios y, en general, sobre la universidad pública. Con una intensa carga de intolerancia y de sus habituales “afirmaciones no verdaderas” con destino a la contabilidad de Luis Estrada, de Spin, de más de 60 mil declaraciones falsas o engañosas, el presidente actual mostró una animadversión a la Universidad sólo comparable con las descalificaciones a autoridades, maestros y estudiantes universitarios por parte del presidente de la toma de Ciudad Universitaria por el Ejército y de la matanza de Tlatelolco. Son abrumadoras las respuestas críticas de la sociedad a los embates presidenciales de hoy. Pero para un listado puntual de las premisas falsas con que el gobernante pretende justificar su declaración de guerra, ver “AMLO contra la UNAM”, de Raúl Trejo Delarbre, en Crónica del domingo.

Contra la universidad pública. A partir de su acostumbrada lógica difamatoria contra el enemigo, nutrida de ‘noticias’ de oídas, “otros datos” y giros y gestos de bullying abusivo del pedestal, el presidente emprendió la semana anterior una cruzada de clara trasgresión al precepto constitucional y al estatuto legal en que se fundan la autonomía universitaria y sus inherentes libertades de cátedra e investigación. Y es en contra de la pluralidad resultante de esos principios fundadores y operantes, que embiste el mandatario con una pretensión explícita de interferencia orientada a implantar en las aulas sus simples y simplificadores dogmas y supersticiones ideológicas. Pero el abuso de poder más ominoso de estas jornadas antiuniversitarias radica en su sentido de orden de ataque dirigida a sus cuadros, de dentro y fuera del campus, para darle “una sacudida”, proclamó AMLO, a la universidad. Son numerosos los análisis en esta dirección, pero para mayores detalles sobre este plan y sus comandos de asalto, ver el artículo de ayer, aquí, de Guillermo Sheridan: “La orden de activar a la UNAM”.

Universidad, pueblo y poder. Para seguir ahora con, llamémosle, el ‘marco teórico’ de la operación gubernamental para subordinar las universidades públicas, resulta recomendable la columna del lunes de Salvador García Soto en estas páginas: “AMLO quiere control y reforma para la UNAM”. Allí hay que ver los fragmentos del beligerante manifiesto del subsecretario Concheiro (de educación superior) contra el modelo universitario pluralista y en favor de alinear las casas de estudio a los programas y controles del régimen. Con el mismo recurso de enfrentar al pueblo con la universidad, con miras a mantenerla bajo control, AMLO le reprocha ahora que “dejó de formar cuadros profesionales para servirle al pueblo”, mientras hace más de medio siglo el presidente Díaz Ordaz hacía lo propio, a su manera, en su segundo informe. Allí se reprendió a los universitarios que se le salían de control tras ser utilizados por su régimen para echar al rector Ignacio Chávez, con un pasaje bucólico. Un grupo de campesinos, relató ante el Congreso, se le presentó en una gira con una manta en la que le exigían que los recursos que los estudiantes desperdiciaban con sus movilizaciones deberían ir al campo.

A través el espejo. Más allá de la aversión pública, Díaz Ordaz hacía trascender a los ejecutores de sus órdenes, su repulsión a las instituciones de educación superior, por considerarlas izquierdistas: un odio paralelo al que les expresa AMLO por considerarlas derechistas. Se guiñan uno al otro a través del espejo del autoritarismo.

Profesor de Derecho de la Información.
UNAM

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