Desquites de la administración. La puesta en marcha (es un decir) del Instituto Nacional para la Salud y el Bienestar convirtió en unas horas sus siglas —Insabi— en sinónimo de un aparatoso naufragio operativo con millones de víctimas entre pacientes y médicos organizados, hasta entonces, más bien que mal, en el hoy extinto Seguro Popular. Una vez más, los saberes y destrezas de la administración pública se desquitaron de quien los desprecia, descalifica y manda al diablo. A su vez, la comunicación administrativa —condenada ahora a la inexistencia— exhibió los límites de la comunicación profética de un presidente empeñado —con sus divulgadores— en subrayar la función salvadora, purificadora y dadivosa del poder público encarnado en él, sobre las funciones constitucionalmente asignadas a la administración a su cargo.

Los autores más citados de los últimos días han sido sin duda Julio Frenk y Salomón Chertorivski, exsecretarios de Salud que desmenuzaron extravíos y ausencias en el arranque fallido del Insabi. Enumeraron también los descuidos y omisiones que suelen llevar al precipicio las decisiones dictadas por motivos ajenos a la racionalidad administrativa y a las mejores prácticas en la gestión de los servicios de salud. Importantes espacios de los medios registraron en los hospitales el desconcierto, la incertidumbre y la angustia de afiliados al Seguro Popular que padecen el incierto cambio al Insabi como un salto al vacío. Y una avalancha de análisis y comentarios editoriales se hizo eco del señalamiento del mal paso gubernamental.

En toda sociedad con derechos informativos, un mal paso de la autoridad tiene siempre un alto valor noticioso y es material privilegiado para la crítica. El juego no debería sorprenderle a un gobierno que ha medrado de condenar, magnificar e incluso falsear malos pasos de otros gobiernos. Y menos a la vista del testimonio de legiones de damnificados por esa combinación de pretendida infalibilidad, improvisación e ineptitud en la gestión pública. Pero ante el descalabro adicional en el frente de la comunicación administrativa, no tardaron las autoridades en dar el giro a la comunicación política beligerante, a las teorías de la conspiración. La crítica es un sabotaje, una campaña de desinformación, según un subsecretario. En el mejor de los casos, resistencia a cambiar: viles conservadores

“Salió mal, pero lo que había era peor”. Por supuesto, tampoco faltaron los espacios de los medios comedidos al imposible rescate comunicativo del desastre de la gestión de salud, sembrando la sospecha sobre los móviles de la crítica abrumadora rubricada con el sello de la casa: salió mal, pero lo que había era peor. Como si los supuestos y reales desvíos y errores del pasado autorizaran a hacerlo peor en el presente. Sólo que esta vez sí hubo quienes salieran a reivindicar el Seguro Popular, empezando por los desolados derechohabientes que lo pierden sin expectativas claras de restitución de sus beneficios, y siguiendo con Frenk, su creador, y Chertorivski, artífice de su desarrollo posterior.

El repliegue del profeta. Descartadas las vaguedades en las que se refugia para disfrazar sus lagunas informativas u ocultar sus creencias y opiniones, el presidente López Obrador se convierte en un instrumento de precisión para medir los límites de su comunicación profética y replegarse. Y así, ante el caos del nacimiento del Insabi, se ha esforzado por sacar el tema de la conversación pública. No aparece en las mañaneras, a pesar de presidir el debate en los medios. Primero lo eludió con el anuncio de la jefa de gobierno de la CDMX de su Universidad de la Salud. Luego, con el performance de la llanta ponchada en la sierra de Sonora, y ayer, investido en vendedor de un avión, por largos cincuenta minutos de la mañanera.

Profesor de Derecho de la
Información UNAM

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