Un vocero para la otra crisis

Asumida tarde por el presidente la gravedad de la contingencia sanitaria, distante, de mala gana, reacio hasta hoy a cumplir todas las indicaciones, aún así, todavía le falta admitir la otra gran crisis, así sea también a regañadientes, con renuencia a acordar y acatar las medidas que exige la hora, pero finalmente viéndose forzado por la realidad, como ante el Covid-19. Se trata del anunciado desplome de la economía nacional a causa de la irrupción de la pandemia y de la caída en picada de la economía mundial, con el agravante del salto hacia abajo de los precios petroleros y de que nuestra economía ya estaba bajo el suelo tras 16 meses de malas decisiones presidenciales.

El caso es que urge ya un responsable y vocero para la gestión de esta nueva crisis en el frente de la devastación económica, en coordinación —pero claramente diferenciado— del responsable y vocero de la crisis sanitaria que está a punto de entrar en su etapa de mayor gravedad. E igual que en la crisis de salud pública, en que el gobierno anuncia ahora la expansión de su capacidad hospitalaria para atender a un número extraordinario de enfermos, parece urgente que el vocero de la nueva crisis o el presidente anuncien con precisión del abasto de equipos y del monto destinado a la emergencia, junto a remedios y apoyos para miles de negocios y empleos en agonía.

Hasta hoy, en la trama del misterioso caso de la ausencia del secretario de Hacienda, el tema del daño en curso a la economía por los efectos de la epidemia había sido (mal) abordado por el presidente y el vocero de la crisis sanitaria, como excusa para aplazar e incluso evitar la llegada de las medidas anunciadas el lunes. O como pie para la minimización banal del problema por el presidente, como lo hizo en un principio con el Covid-19. Y es que, en contraste con líderes mundiales de la talla de la canciller Merkel, nuestro mandatario ha seguido actuando bajo la anacrónica divisa de comunicación política de que el presidente no da malas noticias ni anuncia medidas drásticas ni escenarios ominosos.

A falta de buenas noticias

De acuerdo a ese viejo manual, las malas noticias les corresponde darlas a subalternos. Para el presidente, lo suyo, lo suyo seguirían siendo sus sermones —repetitivos, cada vez menos eficaces— de exaltación de la familia mexicana como opción a los servicios públicos de salud y seguridad social; de amor al prójimo como sustituto de políticas públicas, y de certificación desde el trono de que el pueblo sigue a pesar de todo “feliz, feliz, feliz”. Todavía más. A falta de buenas noticias del día, el presidente festinó un programa para celebrar el incierto fin de la emergencia sanitaria: convocará muy pronto, promete, a darnos abrazos y besos en las plazas públicas.

Desconciertos

Pero para anunciar, en cambio, la gravedad de la situación de hoy, dispuso el presidente que el subsecretario a cargo de la gestión de la contingencia diera el mensaje de endurecimiento de las medidas. No se entendió si el mandatario quiso reforzar o diluir el liderazgo de López-Gatell en la vocería de la crisis, al imponer un trío adicional de voceros, los secretarios de Defensa y Marina y el de ¡Relaciones Exteriores!

Para mayor desconcierto, a éste le correspondieron los mensajes propios de la ausente Secretaría de Hacienda (entre otras dependencias), sin facultades para dar respuestas más allá de bien elaborados y ensayados talking points para centrar el mensaje oficial. Éstos sirvieron para el ‘cabeceo’ de algunos diarios y para la cosecha de elogios al canciller por parte de comentaristas afines. Sólo que sus intervenciones en campos ajenos fueron también nuevas fuentes de confusión, perplejidad y especulación de especialistas nacionales e internacionales.



Profesor en Derecho de la información, UNAM

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