¿Descabezada la liga populista mundial? La totalidad de los medios de la capital mexicana dedicaron ayer buena parte de sus primeras planas y entradas de sus noticiarios, así como sus cortes en línea y en radio y tele en el curso del día, a la jornada electoral estadounidense. Hoy será igual: un tratamiento informativo de elección nacional. Nuestros columnistas, lo mismo de política que de economía, recogían los temores de más de un centenar de medios de Estados Unidos ante el endurecimiento de la hostilidad, las amenazas –y el aliento a las huestes más violentas– del presidente Trump contra el proceso. Pero sobre todo contra un aluvión de cien millones de votos tempranos, legalmente enviados por correo o depositados en urnas antes de la jornada electoral.

Tal participación sin precedentes anunciaba, junto a las encuestas, la derrota inminente del presidente en funciones. Y el temor principal era que el también candidato cumpliera su amenaza de no reconocer el resultado o de reventar el proceso a tono con sus apenas veladas amenazas de violencia, que condujeron a los comerciantes a tapiar sus establecimientos. Aparte de los riesgos de desbordamientos postelectorales, algunos comentaristas de aquí –como los de otras partes– especularon sobre los efectos de la esperada caída de la cabeza de esa especie de liga trasnacional de populistas autócratas que derrumban o erosionan las instituciones democráticas de sus países con la complacencia o la complicidad, hasta ahora, de la Casa Blanca.

Otros llevaron este análisis a las afinidades de Trump con el presidente mexicano, lo mismo en sus artimañas electorales que en sus ataques sistemáticos a voces y medios críticos, a científicos y artistas y a todo aquel que haga públicos datos de la realidad que desmientan los ‘otros datos’, en el caso de AMLO, o los “datos alternativos” de Trump. Ahora mismo, cuando los contagios repuntan en los dos países, el mexicano insiste en el éxito supuesto en el combate a la pandemia, misma que según Trump, se aparta doblando la esquina en su país.

El atentado


Generaciones de mexicanos asistimos por décadas al conteo de votos para la presidencia de Estados Unidos con sentimientos diversos. En un extremo, quienes expresaban su aspiración a ver aquí la transparencia con que se contaban los votos frente al televidente. También, su anhelo de celebrar la madurez de los contendientes a la hora de darse a conocer el resultado: aceptándolo con naturalidad, sin aspavientos, el perdedor, o celebrándolo, adusto o eufórico, el ganador. En el otro extremo aparecían quienes, desde el oficialismo o las izquierdas de entonces, murmuraban su menosprecio ideológico a una competencia espectacular, pero –sostenían– sin opciones reales, por darse entre candidaturas y maquinarias al servicio igual a la clase dominante.

Lo que no se cuestionaba era la certeza del resultado y su aceptación por candidatos, partidos, votantes y una sociedad que celebraba así la renovación de su pacto de convivencia en paz. Y contra esa certeza esencial ha atentado el presidente –candidato con sus expresiones, reiteradas en plena jornada electoral, de desconfianza en el sistema electoral que hace cuatro años le entregó el poder. Y con sus amenazas de violencia si no se anulan los votos opositores que él considera ilegales.

Democracia sin sobresaltos


En la cobertura de nuestros medios de la elección de Estados Unidos como elección nacional, sobresale más que su inclinación por uno u otro candidato, una preferencia por el rescate de la democracia sin sobresaltos a ambos lados de la frontera. También, el deseo de una convivencia respetuosa de la superpotencia con México. No el desahucio de la democracia ni el adiós definitivo al respeto a nuestro país, con cuatro años más de lo mismo.

Profesor de Derecho de la Información, UNAM

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