Algo pasa

Con su reconocido instinto, algo grave debe percibir en el ánimo social el presidente López Obrador como para haberse lanzado a denostar con descalificaciones, dos veces en tres días, a EL UNIVERSAL y a volver contra Reforma, dos diarios que, como otros de acá y del resto del mundo, han desafiado los datos oficiales de la crisis múltiple y en ascenso en muertes, quiebras, desempleo, salida de capitales, caída del PIB. Una macrocrisis, sin embargo, bocabajeada como algo menos que una crisis, además, en descenso y a un paso de vencerla, en la narrativa fantástica presidencial. Quizás algo más grave pudiera estar percibiendo el presidente, ceñido a su criterio reconcentrado en índices de aceptación y elecciones, que la develación en México y los países con mayor relación con nuestro país, de la cadena de adulteraciones y ocultamientos (des) informativos a lo largo de la emergencia.

En este pico de desconfianza, compitiendo con los picos de contagios y decesos, el presidente decide lanzar nuevos distractores, esta vez con el anuncio de reconocimientos (merecidísimos) a los miembros del sector salud en el frente de combate sanitario. Pero lo que más mueve a sospecha de maniobra distractora es que los reconocimientos se otorgan al final de las batallas, no a poco más de la mitad, según el gestor de la crisis, de una guerra de final incierto, que al presidente le urge dar por concluida. Por supuesto que él se presentaría como vencedor, después de que su gobierno retrasó las medidas sanitarias —ahora dice que se actuó con oportunidad— y, después también de que llegó a negar la gravedad de la pandemia. Y, acaso lo más importante, después de que, entre los efectos de sus desplantes de desconocimiento y menosprecio de la situación (‘abrácense’, ‘salgan a restaurantes y fondas’), podría haber víctimas —y víctimas de víctimas— de la indiferencia o el franco boicot del presidente a las primeras medidas de distancia social y confinamiento.

¿Tapabocas gate?

Esa especie tapabocasgate que coronó varias primeras planas de ayer deja de ser una curiosidad periodística cuando quien tiene a su cargo la gestión y la orientación de la gente en la crisis es exhibido postulando una cosa y la contraria. Exactamente en los términos dictados por el estereotipo del político común. Pero además la tendencia del subsecretario López-Gattel a especular con escenarios probables es contraindicada en un comunicador de crisis, así se pretenda usarla para fines distractores. Sus malabares para negar un ocultamiento cuando es descubierto —o para aceptar soterradamente el hecho que había ocultado, pero como algo intrascendente— empiezan a verse menos como muestras de destreza comunicativa y más como ejemplo de un cinismo dotado para el aparato. Percibido en este punto con una disposición ‘revolucionaria’ de apparátchik (aquellos agentes soviéticos capaces de todo, a fin de satisfacer —ciega y a veces criminalmente— las órdenes del partido o del caudillo) el gestor ha reforzado entre audiencias y casi todos los críticos de los medios, un aura de desconfianza e incertidumbre.

Una de perros

El descontrol en la gestión informativa de la crisis ha sido tal que buena parte de los medios impresos, de la radio y de las redes sociodigitales han terminado por convertirse en la fe de erratas de cada anuncio del gobierno. Aparecen en diarios y revistas, micrófonos de radiodifusión y plataformas de internet, en el modelo clásico de las democracias con mayor arraigo, el ‘Watchdog’ o ‘perro guardián’, aplicado a la prensa vigilante de los sesgos del poder o los poderes. Pero hay otros impresos, junto a casi toda la tele comercial que, con sus ‘historias de éxito’ en el manejo de la pandemia, parecen regresar al modelo ‘lap dog’, ‘perro faldero’ del poder, diríamos aquí.

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