¿La última elección moderna? Las del domingo pasado podrían ser las últimas elecciones al menos residualmente modernas de una breve estación democrática en la historia de México. Podríamos estar de camino ―con los peores agregados― a un esquema de elecciones sólo parcial y esporádicamente competitivas para darle al régimen un barniz de democracia. Entre los extremos de optimismo y pesimismo de los balances de la jornada, van estos escenarios de desnuda desesperanza, sólo para dimensionar el tamaño del reto de los partidos de oposición y los ciudadanos libres en su empeño por neutralizar la deriva antidemocrática en curso. Altamente contaminados resultaron los comicios por la arcaica, impune inequidad resultante de la abundancia de recursos del Estado al servicio del partido del presidente. Sólo la eficaz gestión del INE a la cabeza de legiones de ciudadanos mantuvo esta vez los procesos en términos de relativa competitividad y un manto de confiabilidad, en medio de la agresividad oficial y oficialista contra el indoblegable apego a la legalidad de la autoridad electoral autónoma.

2023/2024, sin el INE de hoy. Pero la conclusión en abril próximo de los periodos de cuatro integrantes del Consejo General del Instituto Nacional Electoral, entre ellos, el de su presidente Lorenzo Córdova y el de la Comisión de Quejas, Ciro Murayama, podría encaminarse a la liquidación de tres décadas de avances democráticos, desde la creación del IFE. Porque, si bien, a la mayoría oficialista en el Congreso no le alcanza para imponer a sus secuaces en el gobierno del INE, sí le sobra para bloquear los procesos de designación y dejar a la institución sin cabeza, débil e inane además por el castigo presupuestal. Incluso la resistencia recientemente mostrada por la oposición parlamentaria podría esta vez ceder en andamios clave de legisladores probablemente vulnerables a la extorsión oficial. Reaparecerá el resorte de la persecución discrecional del Estado como fórmula para precipitar, desde el Legislativo, el colapso del sistema electoral autónomo.

Magnetismo. Esta estrategia de eventual exterminio del INE podría resurgir para dominar desde Palacio las significativas elecciones de dentro de un año en Coahuila y el Estado de México ―el del mayor padrón de votantes― así como para controlar las presidenciales del siguiente. En este escenario, aparate de sus propias limitaciones, de sus titubeos para armar un frente cohesionado y de la eventual ausencia de un árbitro electoral autónomo, la oposición enfrentará adicionales, formidables desigualdades. La primera, su escasa competitividad, hasta ahora, en materia de uno o varios liderazgos de arrastre popular. Ello, frente al poderoso liderazgo de AMLO, que el domingo ―y en las elecciones del año pasado― fue capaz de trasladar el magnetismo de su marca a sus candidatos.

Arsenal. Pero partidos y ciudadanos enfrentarán también los presupuestos volcados al reparto de miles de millones entre los electores; al poder de la calle para apuntalar la causa oficial con muchedumbres; a las fuerzas castrenses empotradas en el gobierno civil y en la seguridad del régimen ante eventuales desbordamientos provocados por los excesos del poder y, además, como ya ocurre en varios estados, enfrentarán el poder de cárteles del crimen que ingresan a las contiendas políticas fundidos con exponentes del oficialismo a niveles regionales.

Vacuna vencida. Y en efecto la política interior del régimen se asocia a una política exterior que defiende dictaduras con la bandera de la autodeterminación y la no intervención. Es una vacuna vencida que no nos defenderá a nosotros de las adversas consecuencias internacionales de nuestra propia ruta dictatorial, en este escenario de desesperanza expuesto con la esperanza de alejarlo de nuestro horizonte.

Profesor de Derecho de la Información. UNAM