Semana caliente

Después de romper todos los records de homicidios en sus primeros 17 meses de gobierno, el presidente le devuelve la papa caliente (que no pudo sostener su flamante Guardia Nacional) a las fuerzas armadas. Lo hace con un formalismo que entre otras cosas facultaría al soldado a realizar detenciones como policía, en un tobogán de desplazamiento de poderes de acción y decisión a los militares nunca visto desde los años de 1940. Además, tras mantener por más de un año la expectativa de permitir un gobierno de facto en BC, el que se instalaría durante los tres años que pretendía el gobernador exceder el periodo para el que fue electo, la Corte suplió a AMLO en su responsabilidad de deslindarse del mensaje equívoco de su aliado fronterizo. (Y de paso le bloqueó al presidente una vía ante la eventual tentación de alargar su permanencia en palacio.)

Prórroga, peor que reelección

Una reelección, como la de Obregón en 1928, tendría que pasar —como pasó aquella— por una reforma constitucional con los riesgos que siempre acarrea violar el gran tabú político del siglo XX. Pero si alguien pudiera consumar esa reforma y conforme a ella se reeligiera a través de las urnas, sería un gobernante de derecho. En cambio, quien se va por el atajo de la prórroga, avalada o no por un Congreso que carece de facultades para extender un mandato electoral, o por una dizque ‘consulta popular’, es decir, sin una elección constitucional de por medio, se convierte en un gobernante de facto, un dictador, tan de facto como el surgido de un golpe de Estado.

Ni antes ni después

Apenas por llegar a la mitad de la semana aparece en puerta un desacierto letal más, a corregir enseguida. El hecho es que éxitos o fracasos de la gestión de crisis suelen quedar sellados por la oportunidad con que se asume y hace público su inicio y por el tino con que se decide y anuncia su final. Ni antes ni después. El presidente falló en la primera de esas fases: retrasó lo más que pudo su aceptación de la emergencia, la minimizó e incluso saboteó los lineamientos para enfrentarla con sus llamados al abrazo y a salir a restaurantes y fondas. Pero hay algo peor: entre hoy y mañana podría fallar nuevamente en la fase decisiva al proclamar —como anunció— el principio del fin de la contingencia. Y es que todo indica que la decisión no se nutrirá de la situación sanitaria, sino de los imperativos de la economía, en primer lugar, de los compromisos de la industria mexicana como proveedora de bienes para la industria estadounidense.

Espiral de la discrecionalidad

Con la pérdida de confianza en las cifras oficiales y sobre todo con la decisión discrecional de mantener al 99.9% de la población sin ser sometida a pruebas de laboratorio para conocer con precisión la magnitud y la ubicación del problema, la primera fase del fin del confinamiento será decidida en estas horas, a ciegas. La falta de pruebas le ha permitido al gobierno exhibir una estadística de relativamente bajos contagios y bajo número de defunciones. Para AMLO es una prueba del éxito de una gestión de crisis gubernamental con vasto apoyo social. Pero en esta espiral de la desinformación y la discrecionalidad, aparte del subregistro reconocido de casos y de muertes, la discrecionalidad para no hacer pruebas genera un vacío de información que a su vez propicia nuevas decisiones discrecionales, como la de empezar a romper, al tanteo, el aislamiento, y alimentar el ilusionismo de la luz al final del túnel.

Guerra en las calles

Marque los motivos, a su juicio, de colocar las fuerzas armadas como policías: a) el desbordamiento de la violencia criminal b) la presión de EU para combatir en serio a los narcos; 3) una eventual irrupción social por los centenares de miles de desempleados y por la caída de la producción industrial.

Profesor en Derecho de la Información,
UNAM

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