¿Sacrificio ritual? Ojalá todos estén equivocados, pero todavía no leo ni escucho una opinión informada que le vaticine al presidente de México una posibilidad de salir bien del espectáculo que le prepara para hoy en la Casa Blanca el presidente de Estados Unidos. AMLO podría sentirse a esta horas camino al sacrificio ritual de los presidentes mexicanos en las campañas de elección y reelección del presidente Trump. Y encima, las fatigosas horas de vuelos comerciales que debieron colocarlo anoche en Washington, acaso con horas extras invertidas en posar para su fotógrafo en incómodas sesiones de trabajo con sus colaboradores, en asientos de clase económica, o con turistas risueños en la escala de Atlanta.

Pero el viaje real es también un viaje fantástico en la máquina del tiempo, que además nos arroja algunos frutos descompuestos de los 18 meses del actual gobierno. Ayer, unas horas antes del despegue, para el paso del actual presidente, como ocurría con el presidente Ruiz Cortines en los años de 1950, remozaban la ahora decrépita terminal inaugurada por su antecesor, Miguel Alemán. Y pensar que a unos kilómetros de allí el presidente López Obrador mandó sepultar en su primer acto de gobierno el aeropuerto en construcción que exigía el México del siglo XXI. Otro anacronismo: la víspera del despegue de hoy, el público no sabía los horarios de los vuelos, ni la aerolínea o aerolíneas que abordaría el presidente, ni el sitio de la escala de transbordo, según dijo en alguna mañanera, para que los adversarios no le armen protestas. Y esto nos podría remitir al 17 de mayo de 1938, cuando, antes del amanecer, pocos miembros del gabinete, algunos líderes políticos y un grupo de reporteros de la ‘fuente’ presidencial abordaron el tren Olivo en ruta desconocida para los periodistas.

Aquel sigilo fue para evitar que enemigos de Lázaro Cárdenas prestos a rebelarse contra su gobierno, al mando del potosino Saturnino Cedillo, conocieran del plan de ese viaje a San Luis y atentaran contra el presidente. Pero ayer, una vez en el aire la nave con el presidente a bordo, el temor de la gente se dirigió más a la probabilidad de las acciones en tierra de los cárteles del crimen en guerra contra el Estado, mientras el presidente pasaba unas 8 horas —entre los vuelos y la escala— sin comunicación confiable con la capital mexicana. Ya le ocurrió durante la sublevación de Culiacán para liberar a Ovidio Guzmán, mientras el presidente se incomunicaba apenas una hora en un vuelo comercial doméstico, con graves, trascendentes efectos de confusión y contradicciones en el plano de las responsabilidades oficiales.

Demagogia arcaica. Y aquí la máquina del tiempo nos traslada a 1947, año en que el presidente Alemán adquirió el primer avión presidencial. Y es larga la lista de aeronaves adquiridas por los 12 presidentes que lo sucedieron, cada una con mejores equipos de seguridad y comunicación, hasta que al tomar posesión el presidente López Obrador en 2018, discurrió que el avión encargado por el presidente Calderón y usado por Peña Nieto era un dispendio. Lo mandó a una onerosa bodega donde envejece y se encamina a la obsolescencia para exhibir ahora esta arcaica, disfuncional demagogia pobrista por los cielos de la Unión Americana.

Elogio envenenado. Es larga la lista acumulada en los medios de aquí y de allá de incoherencias, riesgos y otros inconvenientes de la participación del presidente mexicano en el espectáculo reeleccionista de hoy del presidente Trump. También lo es el listado de ofensas y agravios sin respuesta de Trump a México y los mexicanos, en paralelo a su calificación del presidente mexicano como un bato “maravilloso”. Elogio envenenado si se considera que el elogiador cuenta con el rechazo de casi dos terceras partes de los mexicanos.

Profesor en Derecho de la Información,
UNAM

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