Lo que quiere que digan. El mayor riesgo de pretender reemplazar la memoria colectiva está en refrescarla. ‘Anti-memorias’, llamó Malraux a su autobiografía. Sólo que por este libro del laureado autor de La condición humana y luego brillante ministro de Cultura de De Gaulle, “desfilan —escribió Vargas Llosa— algunos de los grandes líderes del siglo XX, que comparecen para decir justo lo que el vanidoso político y escritor francés quiere que digan”.
¿Una versión canónica? Toda proporción guardada, en su ‘Diario de una transición histórica’, la presidenta Sheinbaum nos ofrece una versión oficial extemporánea ¿canónica? contraria a la percepción extendida de lo ocurrido en un periodo —ciertamente clave, por funesto— que empezó hace17 meses y terminó hace trece. Fueron los intensos 120 días: del dos de junio —la jornada electoral— a la toma de posesión, el uno de octubre de 2024. Aquellas jornadas en las que el presidente todavía en el cargo, López Obrador, se empeñó en hacer públicas las más variadas muestras del peso de su figura y su voluntad sobre la figura y las decisiones de su sucesora.
Lo que no se cuenta. Aparte del lenguaje del abrazo patriarcal, del desplante de apego contrario al decoro de sus investiduras, entre las muestras públicas más conocidas de este encimarse de AMLO sobre la ruta de su sucesora, yacen en hemerotecas, archivos digitales y memorias humanas verdaderas, entre muchos otros, dos ejemplos trascendentes. Por una parte, el desconsiderado rechazo de AMLO a la idea expresada por la presidenta electa de pausar la trituración constitucional a cargo de sus mayorías espurias en el Congreso para la captura del Poder Judicial, que el expresidente terminó consumando en el último mes de su sexenio. Y, por otra parte, los parodiados anuncios para la integración del “nuevo” gabinete, jaloneados por anticipos del presidente en su mañanera y borroneados con alguna silla vacante que sugería el veto del aún morador de Palacio. Ya se sabe que la memoria humana es inconscientemente selectiva. Pero también está claro que la antimemoria deliberadamente excluye lo que no conviene contar y no se cuenta.
El interés. Pero no se piense que el libro carece de interés. Menos que como testimonio personal medianamente fiel de lo ocurrido, menos ‘histórico’, por lo que (no) aporta para el conocimiento del periodo narrado, y más por sus funestas, duraderas consecuencias, el libro ofrece un interés coyuntural: una actualizada y por tanto volátil versión del estado que guardan —hoy— los alineamientos entre las cúpulas del poder, a partir de los personajes mencionados, ignorados o menospreciados por la autora. Pero más que un texto de autoría personal parece una expresión organizacional: la línea con la narrativa a la que deben ajustarse los integrantes de la nomenclatura y los aspirantes a pertenecer a ella, incluyendo periodistas e intelectuales adictos. Y a la que se deben adaptar extraños, independientes o disidentes si no quieren resentir consecuencias adversas.
Un límite: AMLO intocable. A diferencia de la crítica de Vargas Llosa a las Anti-memorias de Malraux, el libro de Sheinbaum dice lo que el régimen quiere que digan o callen todos: 1) que pongan fin a la especulación sobre fisuras entre el antecesor y la sucesora; 2) que ella siempre sigue sin reparos el proyecto de poder de AMLO. Y, 3) que incluso el cambio de política de seguridad fue acordado con él, pero con el claro límite de no tocarlo. Este mensaje incluye a Trump como destinatario. Se puede ceder más y más, pero como fiscal, jueza y, sobre todo, portavoz sexenal del ‘movimiento’, la Presidenta hizo público el acuerdo en la cúpula, acaso el primer objetivo de comunicación del libro: “Nunca podrán vincular a Andrés Manuel López Obrador con corrupción”, se lee.
Académico de la UNAM

